Taberna Kodiak.

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Conviene salir de las zonas de moda para encontrar otros dignos lugares que gastronómicamente merecen la pena. Próximo al Conservatorio se encuentra una taberna/gastrobar que, a pesar de los avatares, mantiene el tipo desde hace casi una década gracias a sus excelentes croquetas y huevos rotos ilustrados, buena carne madurada y espléndidos cachopos, homenaje a los orígenes asturianos del chef (hay que encargarlos con un día de antelación). Y unos platos de mediodía de precio tan extraordinario que llaman la atención. No es extraño que esta digna taberna del barrio del Amanecer tenga una clientela que ha aguantado fiel incluso en los peores momentos de la pandemia. Por 11€    propone a medio día platos sorprendentes por su calidad y precio. Fuimos con ánimo de degustar algunos de los de su carta, pero terminamos conquistados por las propuestas de su menú de ese día: un buen risotto con setas y espárragos trigueros, abundante y meloso; lasaña con original bechamel ahumada y láminas de pasta frita, estilo wantun, rellena de picadillo de matanza. Y una atípica y muy sabrosa tintorera, un pescado no demasiado frecuente, que Alberto, el propietario y chef de Kodiak, suele comprar en Makro, guisada con una salsa romesco plenamente identificable con su sabor de almendras y avellanas, ajo y ñoras, receta heredada de sus suegros catalanes. No sólo estaba deliciosa sino que cuando comentamos a las eficientes camareras que queríamos probar los tres platos del menú, pero uno tras otro para que no se nos enfriaran, el chef fue dándole humedad, añadiendo más salsa al pescado para evitar que se secara. Nos lo contó al final del almuerzo,    un detalle más de que en esta taberna, que hace esquina en la rotonda del Conservatorio, con las paredes decoradas con sartenes, fotografías de viñedos y botellas de los vinos de la carta -por cierto, a precios muy razonables-, uno se encuentra a gusto dentro de la sencillez y rodeado de una clientela fiel.

Kodiak, nombre de una pequeña población de Alaska y también el de la barquita que tenía la familia del propietario, es una moderna taberna asturiana de barrio que ha ido adaptándose a los gustos de su clientela y ajustando su oferta a lo que le funciona razonablemente bien. Su cocina, de buenas carnes, raciones y tapas de calidad -algunas tan originales como las pipas de mar (gambitas fritas)-, es tradicional y de aprovechamiento, para potenciar sabores. El cocinero utiliza las    espinas de los pescados y las cabezas de las gambas    para preparar estupendos fumés que después vierte en platos como nuestra sabrosa tintorera al romesco. Sólo por ese guiso    merece la pena volver.    El servicio de sus dos camareras, argentinas, fue agradable, eficiente, y de buen consejo. Los postres también los elabora -mayoritariamente- él mismo. Tomamos un crumble de manzana y unos mini coulants de chocolate, interesantes. Había leído que merecía la pena su helado frito, pero no lo tenía ese día. Sus vinos, pocos pero bien elegidos, como un Toro joven (El Pícaro) y un intenso bobal (Mustiguillo) poco frecuentes en las cartas y a precios muy razonables (18,5€).

Taberna de barrio con toques actuales, alargada y luminosa, donde se tapea y come bien a precios razonables. Una satisfacción y casi un milagro que sigan existiendo este tipo de casas de comida que se mantienen gracias al esfuerzo y dedicación de personas como Alberto. Una buena dirección para los clientes del barrio y para los aficionados que periódicamente asisten a los conciertos del conservatorio. Tripadvisor le ha concedido su logo de excelencia dos años consecutivos, y el de travellers choice el año en que la pandemia le obligó a cerrar.