Insistió este a mi padre para que se quedara a comer, y que fuera yo también, por lo que asistí por primera vez a un yantar de Padrón entre abades. Al ponernos a manteles fue nuevamente felicitado por todos los clérigos de la mesa que se reunían en Vaamonde, el predicador, que agradeció particularmente lo que decía mi padre. Luego nos sentamos todos y comenzaron a desfilar los sabrosos platos. Desde la sopa de sustancia, en la que se tenía una cuchara en pie, hasta las truchas pescadas aquella misma mañana, por don Emilio, el cura, que era gran pescador, al buen cocido barroco en el que nada faltaba, y el cabrito con ensalada… En eso tienes sabiduría, dijo don Emilio, a lo que había afirmado el viejo Abad de Vedra, relamiéndose, pues opinaba que el Brensellau y el Caiño eran los padres del vino, y criaban buena sangre. Es mucha verdad -dijo don Emilio- que el vino de las cepas viejas calienta las orejas y hace al viejo mozo… Y añadió dirigiéndose a don Amando: Después del arroz con leche tiene usted que probar estas pavías únicas (variedad de pérsico, fruto de piel lisa y carne algo dura y pegada al hueso).
Xosé María Castroviejo, don Emilio de Vaamonde y una sopa del prior
la receta del plato, muy propia de un monasterio, como es el de Santa María Vaamonde
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