Comer acariciando Cala Deià

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Este restaurante sobre Cala Deià es uno de esos lugares mágicos que hipnotiza los sentidos. Estar sentado en la sencilla terraza con barandilla de rama de madera, en la que la vista se pierde en la inmensidad del Mediterráneo, es un placer único, extraordinario. Pocos lugares como éste donde se aúna la rusticidad con la extraordinaria belleza de la cala, los pinos llegando hasta el mar y la sensación de estar casi flotando sobre las aguas cristalinas. No es extraño que tenga una larga lista de espera para conseguir mesa en los meses en que está abierto. Temporada corta, listas de espera larga, y más –como es el caso– si el emplazamiento lo vale.

Ca’s Patró March nació como humilde casa de comidas en esta sorprendente ubicación, para convertirse desde hace años en uno de esos lugares buscados por la clientela a pesar –o tal vez por eso– de las complicaciones de acceso. Cuando se viene de Valldemossa o Deià, hay que tomar una estrecha carretera de curvas sinuosas que baja hasta el mar y en la que, con frecuencia, se forman atascos por algún autobús turístico de medidas poco compatibles con ese terreno. Y, después, hay que cruzar los dedos para encontrar aparcamiento. Existe una zona de estacionamiento –obviamente de pago, y no precisamente barato–, pero bastante escasa, limitada en horas y con pocas garantías de que, si se llega avanzada la mañana, queden espacios libres.

Pero a pesar de todos esos inconvenientes, sigue siendo uno de esos lugares de culto al que se han encargado de publicitar, además, series internacionales de TV como la de El Infiltrado, basada en la novela de John Le Carre. La gran demanda ha propiciado doble turno de comidas, obligación de dejar tarjeta cuando se reserva, y estar preparado para tener que esperar cuando le sientan. Las servidumbres del éxito y de las modas.

El lugar es rústico, las mesas –de madera sencilla, al igual que las sillas– están excesivamente próximas, y la rusticidad parece haberse aprovechado para ahorrar en manteles –que no hay– o en servilletas de una cierta calidad –de papel marrón, como de comedor de colegio–. Quien se desplaza hasta aquí lo hace por el lugar y por el entorno, y probablemente está dispuesto a disculpar esas carencias, pero no estaría de más un pequeño esfuerzo por mejorarlos, sobre todo teniendo en cuenta los precios, que no son precisamente bajos, ya que la oferta está basada en un excelente pescado y marisco (pescados de barca, entre 120/140€/kg).

La carta es relativamente corta, con contenidos que no defraudan: arroces con bogavante o langosta, pescados frescos y buen manejo de la plancha. Muy conveniente dejarse asesorar para conocer lo que tienen disponible ese día, que desaparece rápido en función de la demanda. En nuestro caso, teníamos intención de probar sus ensalzados huevos fritos con langosta, pero quien nos atendió tuvo el detalle de aconsejarnos otra elección porque deberían utilizar para los tres comensales una langosta excesivamente grande (de kilo y medio), lo que dispararía nuestra factura (la langosta a 190€/kilo). A cambio pudimos probar un sabrosa llampuga a la plancha (26€) –era plena temporada de este magnífico pescado, y era el más barato de la carta–, y una rodaja de un menos frecuente negret, que nos sirvieron con perfecto punto de plancha y encomiable jugosidad a un precio (32€) elevado para un pescado que no está entre los más altos de gama. Todo ello acompañado de estupendas patatas fritas y fresca guarnición de cebolla y tomate. La ensalada de pimientos asados y ventresca en conserva que tomamos, también sabrosa, abundante y algo sobre preciada (23,5€). Tarta de queso mahonés de postre, bastante normal y algo compacta de textura.

La carta de vinos es amplia, mayoritariamente de blancos gallegos, mallorquines y verdejos, a precios que multiplican dos veces y medio o tres los de tienda especializada. Servicio atento, acostumbrado a lidiar con una ocupación plena, que no se pone nervioso cuando el cliente reclama los aperitivos o el vino tras una espera prolongada. Restaurante con buena materia prima, en un entorno único que hace que se disculpen esos pequeños detalles, y que lo mejorarían notablemente con mínimo coste. Es imprescindible reservar.