Jacoba junto a su nieta Francisca y Juan Antonio Aceituno posan delante de la emblemática heladería. | Julián Aguirre

TW
1

Desde el inicio, en el año 1948, la popular heladería y hostal Colonial, de la Colònia de Sant Jordi, comenzó como heladería y fonda. Los primeros propietarios dirigieron el establecimiento hasta el año 1961, «y en 1969, Juan Vidal compró la fonda y la heladería Colonial y allí empezó la historia de la familia», comenta Juan Antonio Aceituno, tercera generación del establecimiento, que celebra sus 75 años. Conocido por sus deliciosos helados, turistas y residentes aguardan su turno en una larga cola. «Hay días que tenemos hasta seis personas despachando y no damos abasto», comenta Jacoba Vidal, segunda generación de esta familia de heladeros.

En 1973, Manuel Aceituno y Jacoba Vidal realizaron grandes cambios tanto en la fonda, que se convirtió primero en pensión y posteriormente en hostal, como en la heladería, que en el año 1982 se dio de alta en Industria y compró la primera maquinaria italiana. «En aquella época mi padre salía al anochecer a buscar la leche a la vaquería del Molí Nou, para preparar la mezcla y dejarla reposar con hielo durante la noche. Nos levantábamos a las 4 o 5 de la madrugada para hacer el helado», comenta Juan Antonio, mientras su madre Jacoba Vidal recuerda que «ha cambiado todo mucho. Donde está el obrador de helados antes era la habitación de Juan Antonio. En la heladería empezamos con seis gustos: chocolate, almendra, vainilla, avellana, naranja y limón. Ahora hay más de 50 sabores elaborados de manera artesanal».

Juan Antonio en brazos de su abuelo, y su padre Manuel, en 1979.

Uno de los acontecimientos importantes a finales de los 70 fue cuando el Colonial contó con el primer televisor de toda la zona y se instaló una parada de bus en la misma puerta, frente a la iglesia. «Venían tanto clientes como vecinos y mi marido anteriormente tenía un taxi con el que acercaba a los clientes a Ses Salines», comenta Jacoba quien mira con cariño a una de sus dos nietas. «Francisca, tiene 17 años y su hermana Lidia, 14 años, y ya empieza a ayudar por aquí. Juan, con 10 años, ya trabajaba. Aunque eran otros tiempos».

Juan Antonio, que tras finalizar sus estudios se marchó a Alemania para estudiar el idioma, y posteriormente a Italia, a una de sus más prestigiosas ferias de helados, regresó con grandes ideas para incorporar en el negocio familiar, pero no fue hasta el año 2007 cuando cogió las riendas del Colonial, junto a su mujer, Francisca López. El negocio familiar se ha labrado una excelente reputación, tanto en hostelería como en restauración, pues uno de los últimos cambios ha sido incorporar al servicio de los clientes un gastrobar, aunque la heladería siempre ha sido el buque insignia. «El secreto del Colonial es saber transmitir la pasión por lo que hacemos. Hemos basado el negocio en la calidad y un trato cercano y familiar. Siempre me ha gustado evolucionar y adaptarme a los nuevos tiempos», comenta Juan mientras elabora una nueva remesa de helados artesanales. Utilizan hasta 300 litros de leche diarios.

Despachando helados en la década de los 80.

Mientras se preparan las vitrinas y neveras de los helados, algunos clientes del hostal terminan de desayunar, un buffet que hace las delicias de los más exigentes. Tras las persianas, en la calle ya se escucha gente haciendo cola. «En julio y agosto no veo la playa. Digamos que son los meses más duros, pero me da tiempo a practicar la bicicleta, aunque pedaleando en casa porque me he puesto un rodillo». Apasionado del ciclismo como de su trabajo, Juan no sabe si la cuarta generación continuará con el negocio. «Lo importante es que hagan lo que quieran, pero con pasión». Su madre, Jacoba Vidal, le observa con orgullo.