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Acogedora, sin pretensiones y con buena calidad a precios razonables. Así es O Castro, la taberna gallega ubicada en una calle no demasiado transitada del barrio dels Hostalets, de Palma. Es la taberna hermana de otras dos del mismo dueño, un emprendedor gallego llamado José Carballo: El viejo y el mar –buen homenaje al libro de Hemingway–, restaurante con alma y filosofía de taberna, en la calle Aragón, y otra llamada Miña Franqueria, a la que tuvo que aplicar el cierre tras los estragos de la pandemia. Pero el ánimo, su filosofía de producto, basada en buena calidad a buenos precios, y una clientela bastante fiel le han permitido mantener el hermano mayor y éste de O castro, un poco más apartado, pero igualmente acogedor.

Esta es la primera de las sensaciones que se tiene al franquear la discreta entrada. Un lugar pequeño, con mesas con pies de fundición, sillas tradicionales y decoración discreta, pero que genera inmediatamente un buen ambiente. Y, la siguiente sensación, al ver la carta y escuchar las sugerencias, es que este es un lugar serio gastronómicamente. Sin sofisticaciones, pero donde la calidad del producto está a un muy notable nivel. Y el placer y la satisfacción van subiendo cuando te cantan algunos de los suculentos –por su sencillez y, al mismo tiempo, dificultad de encontrarlos– platos de cuchara donde se mezcla mar y tierra.

Fue nuestro caso, a mediodía y entre semana, donde había bastante gente pero sin estar a tope, algo raro porque aquí o reservas o corres el riesgo de no comer. Con una tapita de empanada de atún, cortesía de la casa, hicimos una comanda de medias raciones, perfecta para probar una carta no excesivamente grande, pero que claramente está muy trabajada en presentación y punto. Ese día, la propuesta era un guiso de pulpo y alubias con bastante verdura –sobre todo pimientos–, coronado por una vieira. Pedimos media ración para probarlo, pero aquí las medias son amplias, con lo que fue una más que suficiente degustación, magnífico de sabor y textura. De esos comienzos que te dejan bien encauzado (6,5 euros). Como también lo fue el guiso de callos con garbanzos, de insospechada ligereza, poco densos, deliciosos. También abundante media ración (6,5 euros).

A continuación entramos ya en materia marina, con unas rabas crujientes y sabrosas, que me recordaban las que se toman en la zona norte de España, ideales para compartir (5,5 euros). Las trajeron casi al mismo tiempo que el plato de zamburiñas –en este caso abundante ración entera, de 10 unidades–, que cocinan mínimamente con un toque de aceto balsámico que les aporta un magnífico sabor. Uno de sus platos estrella, al que hacen honor (16 euros). Y, para el final, un pulpo a la gallega, a feira, con una base de cachelos tibios, como toca, y adecuada morbidez, con el punto que se espera tanto de pimentón como de aceite. También ración pequeña de muy generosas proporciones (15,5 euros). Todo ello regado con un vino blanco de cosecha, uno de esos ribeiros turbios, simples, pero muy idóneos para acompañar cualquier plato de marisco o pescado, que tienen el detalle de servir en copas recién sacadas del congelador, lo que le da el toque ideal (10 euros).

Dejamos un hueco para compartir uno de los postres típicos de la taberna, todos caseros: una jugosa compota de manzana, queso fresco gallego, helado y miel (5 euros), buen colofón para un magnífico almuerzo. Cubertería y vajilla bastante sencillas, y servilletas de papel, sin manteles. Prima, como decíamos, contenido sobre continente. Carta de vinos corta, mayoritariamente de productores de Rías Baixas y Ribeira Sacra, y algún Ribera, como un Portia a buen precio. Disponen también de interesantes ginebras elaboradas en la zona gallega.