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Hemos empezado el mes de julio y las temperaturas van siendo progresivamente elevadas. Sus valores obligan a discurrir platos ligeros que mantengan gustos, a fin de que el indolente paladar veraniego disfrute sin dar excesivo quehacer al aparato digestivo. Uno de los recursos habituales puede ser el pescado, siempre fresco, a ser posible, sin condimentos excesivamente potentes o que puedan restarle sus delicados y gratos sabores.

Entre las preparaciones más sencillas y agradecidas, se cuenta hacerlo al vapor sin más aditamento que una o dos hojas de laurel, regándolo al servirlo con un hilo de aceite de oliva afrutado.
Uno de los más interesantes, aunque considerado menos atractivo por su aspecto serpentino, es el congrio. Su versatilidad invita a olvidar su aspecto, que de todas formas será disimulado al trocearlo. A ello añade una apreciada ausencia de espinas hasta la cloaca o ano, pero el trozo que le sigue solo es aprovechable para caldo, al que proporcionará una textura única. Su interés reside en que acepta con igual comodidad, y por éste orden, frituras, guisos e incluso horneados. Cierto que para cada opción deberemos buscarle la fórmula más oportuna, pero su tradición culinaria es lo suficientemente larga como para contar con buen número de ellas.

De la antigüedad de su consumo da idea que la mitología griega lo consideraba un presente apropiado para el propio Zeus, que al parecer lo prefería a cualquier otro. Así lo entendía Poseidón, otro de los dioses más importantes de ese panteón, donde regía todo lo referente al mar. Cada vez que visitaba el Monte Olimpo, morada de Zeus y resto de deidades griegas, le llevaba un congrio como ofrenda. Es posible que en ese regalo, además de la preferencia, se ponderase la aparente ferocidad que le proporciona su aspecto y el respeto que puede ocasionar su tamaño, capaz de alcanzar el metro y medio e incluso más.

No sabemos si el Padre de los Dioses se lo comía, ni cómo se lo preparaban. Acaso siguiera el sencillo dictado de la Hedipathea del cocinero Arquestrato de Gela (330 aC) que recomienda hervirlo en agua salada y hierbas frescas no concretadas. Más detallado resulta el del erudito Ateneo de Naucratis (s. II dC). Este experto autor gastronómico lo consideraba superior a todos los otros pescados, incluyendo los grandes atunes, cuyo prestigio estaba fuera de discusión. Recomendaba adobar su cabeza y lomos con una mezcla de aceite, vinagre, ajo triturado, perejil picado y abundante orégano, hirviéndolo luego en agua salada.

La cocina mallorquina doméstica tradicional no es muy devota de este excelente pescado por las razones morfológicas y estéticas arriba citadas, limitando su uso a ingrediente de caldos o un concreto número de guisos y frituras. No ocurre así con la cocina marinera, mejor conocedora de sus amplias posibilidades para preparar guisos excelentes, muchos adoptados y pulidos por la cocina más reciente, a cambio de disminuirles rotundidad y suculencia.