Las cocas mallorquinas, imprescindibles en fechas señaladas.

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Este conocido adagio que da título a las líneas siguientes evidencia la importancia que las cocas alcanzaron en la gastronomía festiva. Esas pastas dulces, actualmente relegadas a un segundo plano del capítulo de los postres, tuvieron antaño un papel primordial y simbólico en fechas de celebraciones señaladas. Proveerse de ellas en cantidad suficiente para que durasen todas las fiestas era requisito obligado y terminar con su reserva no debía ocurrir antes de finalizar el tiempo de celebraciones. El ciclo festivo navideño tenía sus propias piezas características que eran las llamadas coques bambes y coques amb bonys.

Una de las variantes más habituales de las primeras era la que incluía anises en su masa. Su uso como ingrediente acredita la antigüedad de dicha receta, ya que los anises o semillas de hinojo, vienen siendo usados en nuestra repostería, como mínimo, desde mediados del siglo XVIII. Para entonces eran el ingrediente que caracterizaba a los Vizcochos de Mallorca de anís, según determina su receta correspondiente, según la recoge el Arte de repostería del confitero y pastelero leonés Juan de la Mata. Este manual fue impreso en Madrid en 1747 y se demostró como el tratado de pastelería y confitería principal de la España ilustrada, conociendo nada menos que seis ediciones, dos de ellas en 1791.

Las coques amb bonys recibían ese nombre por las protuberancias que presentaban en la superficie superior. Eran el resultado de la ruptura de la masa ya leudada mediante una serie de tijeretazos antes de hornearlas, que propiciaban esas elevaciones. Podían contener eventualmente semillas de anís. Eran otras de las consideradas típicas de este período y unas de las más populares, como refleja su alto grado de aceptación. Avala ese reconocimiento que fueran las que se confeccionaban en más conventos de religiosas de la Isla. Se contaban entre las elaboradas regularmente por las concepcionistas del Convento de la Immaculada Concepció de Sineu. Eran también muy apreciadas las fabricadas por las jerónimas, tanto en su claustro de Santa Isabel de Hungría en Palma, más conocido como Sant Geroni, como en el de Sant Bartomeu de Inca.

Otras de sus elaboradoras reconocidas eran las ermitañas agustinas que residieron en el convento situado en la actual calle de la Concepció. La aceptación que disfrutaban no resulta extraña si recordamos que las casas de las tres órdenes mencionadas, gozaban de una acreditada fama por sus pastas dulces. Su receta era notablemente sencilla, constando de ingredientes modestos y fácilmente disponibles. En su codificación se incluía la consabida harina llamada de fuerza, pero sin duda de la mejor calidad, azúcar, aceite, agua y por supuesto levadura. No requerían ninguna maniobra especial y su amasado se hacía mezclando a la vez todos sus ingredientes. Su simplicidad no fue inconveniente para contarse entre las que lograron un reconocido prestigio.