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Que alguien con una estrella Michelin se dedique a servir los platos de su segundo restaurante dice bastante de las cualidades del personaje. A Adrián Quetglas, el chef de familia mallorquina nacido en Buenos Aires y curtido en fogones de París, Londres y Moscú –donde fue galardonado como mejor cocinero en 2016–, se le puede ver con mucha frecuencia atendiendo a los comensales e incluso sirviendo las mesas en su agradable D’Menú, el restaurante que abrió en 2019 en la plaza de Sant Antoni palmesana para ampliar su propuesta de dar de comer con calidad, creatividad y buen precio.

Quetglas, una estrella Michelin, hace tiempo que conquistó a una clientela entendida con una propuesta de menú, atractivo, innovador y muy pegado a los productos de la tierra en su restaurante de referencia –que lleva su nombre– en el Passeig Mallorca. Allí, en un local elegante y acogedor, con un servicio excelente y unos complementos de vajilla, cubertería y copas de primera calidad, se ha ganado el favor de los muchos clientes que repiten visita, y el reconocimiento de la influyente guía francesa y de algunas de las españolas de referencia.

En 2019, apenas unos meses antes de que empezara la pandemia, el inquieto chef amplió su oferta con un nuevo local donde pretendía profundizar en su propuesta de menús fijos de nivel, no demasiados platos y una atractiva relación calidad precio. Cocina de mercado, tradición y vanguardia, según su propia definición. Ese fue el origen de D’Menú, para lo que eligió una zona bien ubicada, aunque con menos atractivo, y de alquiler más barato, como es la plaza de Sant Antoni, donde están surgiendo algunas de las propuestas más innovadoras e interesantes de la capital.

Aquí, Quetglas ofrece un magnífico menú de medio día en el que se puede elegir entre dos primeros, dos segundos y dos postres, más agua y café, por 25 euros. Resulta incluso más interesante su menú degustación, que incluye todos los platos de la propuesta anterior, por 32 euros. En este caso, no se puede elegir postre y no incluye café ni agua, pero la propuesta es tan contundente que no importa demasiado. Una oferta muy atractiva, que permite disfrutar de un menú de gran calidad y a muy buen precio.

El día que lo visitamos, los entrantes eran una crema de tomates asados con stracciatella de trufa y pavo ahumado, que no probamos, y un arroz meloso de hierbas aromáticas con mousse de atún y vinagreta de pimientos, de llamativa presentación y sabor intenso. De segundos, trucha atlántica –cocinada en su punto– confitada con citronella, ragú de calabacín y salsa de tom yum, que le daba un toque thai espléndido. El otro principal era una carrillera de cerdo con parmentier de coliflor, tierra de frutos secos y jugo de cacao y chipotle –muy tierna–, que hubiera estado aún mejor algo menos hecha. Una apreciación que el propio chef señaló que transmitiría a la cocina.

Como postres, una tarta de queso con frambuesas, de generosa porción y delicada textura, y un bizcocho de zanahoria con caramelo de pimienta y sorbete de naranja sanguina, complemento idóneo para quienes habíamos tomado el plato de carne. La elección de un Juan Gil, un monastrell de Jumilla de 2019, potente y de impactante rotundidad en boca (26 euros) resultó estupenda para acompañar esta interesante y atractiva propuesta que Quetglas y su equipo se encargan de variar semanalmente. En su carta de vinos, bien de precio, un Golos, moscatel de Miquel Gelabert (28 euros) y un Ava Negre (27,50). Un aliciente adicional para repetir en este buen restaurante.