Pepe Singla, José Luis del Valle, Jero Martínez, Ana Ojeda y Amador. | Antoni Cerda i Cabanellas

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El artista Amador expone en uno de los lugares más bellos que uno imaginar pueda, por lo que es y por lo que significa. La casa natal del poeta Miquel Costa i Llobera, autor de Lo Pi de Formentor, obra maestra de nuestras letras, se conserva prácticamente como estaba cuando el poeta vivía y creaba en ella. Su cama con dosel de llengües en azul y blanco ocupa casi todo el espacio de una alcoba que se abre a la biblioteca de gran hombre. En ella, su escritorio y algunos de sus objetos personales, y multitud de libros y legajos que dan fe de la pasión de ese hombre llamado a ser l’hereu de una gran fortuna pero que prefirió ser poeta romántico y sacerdote de fe real.

Las salas de la planta noble se abren hacia la calle que hoy lleva el nombre del poeta, U carrer Major, tantas veces transitado por esas almas libres que hicieron de Pollença lo que fue. La fachada clasicista, el gran arco de la entrada y la escalinata impactan a todos aquellos que se detienen a observar esa maravilla de la Mallorca de entonces y también de hoy, pues queda claro con acciones como esta que no ha muerto.

La familia Costa vendió la casa a la familia Bou, que la conserva hasta nuestros días, aunque hoy ya es responsabilidad de un nieto Joan Mateu Bou, que tuvo la brillante idea de ceder sus muros para que Amador pudiera exhibir su serie de retratos, tan apropiada para un lugar como este. La sala principal, hoy diáfana, me fascinaba por la cantidad de objetos raros que atesoraba en una mesa central inimitable. Sus telas, cortinajes, tan típicos del siglo XIX, daban paso a los balcones por donde algún día asomaría el poeta, nostálgico de los brillos que Formentor, que pertenecía a su familia, le había regalado para escribir siendo casi un adolescente su obra maestra.

La serie Retrats de Amador es una galería imaginaria de retratos que se muestra como un álbum familiar abierto, pero no se trata de ninguna comunidad concreta, sino más bien reúne a la comunidad humana. Esta galería de retratos, cada persona, cada individuo, recibe su propia imagen enmarcada. Marco y representación están realizados con el mismo material; la resina de poliéster. Amador acentúa la idea del cuadro como objeto escultórico, al mismo tiempo que rescata la memoria del marco como un elemento ornamental, tan importante en la experiencia perceptiva como aquello que está delimitado.

Colgadas en la pared formando un grupo compacto, estas obras difícilmente podrán ser definidas como pintura, ya que se trata realmente de objetos, y sobre ellas no ha actuado pincel alguno, solo el color y las formas que componen las imágenes está en el propio material, pero al fin y al cabo su sentido es estrictamente exquisito. ¿Hay algo más elegante? Bonita forma de celebrar nuestra Patrona. Molts d’anys!