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La Acadèmia de la Cuina i del Vi de Mallorca ha celebrado la cena de su treinta y siete aniversario en un escenario perfecto para la ocasión, bajo las parras y entre los viñedos de las bodegas José Luis Ferrer de Binissalem. La asociación, a la que pertenecen prohombres de la sociedad isleña y también importantes mujeres que van incorporándose poco a poco a la causa, tiene como objetivo la recuperación y divulgación de su legado gastronómico y enológico, haciendo inmersiones en antiguos recetarios familiares, publicaciones periódicas y obras literarias, así como respaldar nuevas elaboraciones con el apoyo a los productos autóctonos.

En definitiva, cuidar y mejorar nuestro patrimonio culinario y vitivinícola, que no es poco. Lleva publicados, si no me equivoco, siete libros y cerca de mil quinientas recetas desde que fue fundada durante la primavera de 1986 por un grupo de personas procedentes de variados ámbitos de la sociedad mallorquina, profesionales, intelectuales, empresarios, comerciantes, políticos, gastrónomos, bodegueros, restauradores payeses o, simplemente, apasionados, relacionados o no con el mundo de la gastronomía. Recibió el presidente, que además lo hacía en casa.

José Luis Roses abrió los brazos a todos mientras el sol iba cayendo lentamente sobre sus viñedos, los mismos que producen sus famosos caldos. Rojo de sol, rojo de tierra y verde. La decoración perfecta tras haber cruzado un paseo cubierto desde la entrada hasta el patio donde se iba a celebrar la cena, elaborada en esta ocasión por la chef María Salinas, a la que tengo el gusto de haber visto evolucionar después de muchos años desde la primera vez que nos vimos y me sirvió un pescado hervido inolvidable. Para esta ocasión tan festiva la chef quiso destacar el aperitivo, donde no faltaron la sobrasada, el escabeche y los canelones, aunque ninguno presentado como es habitual.

Hubo tomate de ramallet y pintada estil Rei Jaume I. Y de postre un gató con helado de avellana bañado en chocolate negro. ¡La bomba! La selección de vinos, seis caldos diferentes, acabó con el alabado Veritas Blanc Dolç, creado por las bodegas anfitrionas. Esas noches de verano, tranquilas, bajo la parra y con buena conversación, exaltada por la buena comida y la buena bebida, son siempre inolvidables. Nadie quería levantarse de la mesa, con eso lo digo todo. Y eso que éramos todos ben de Mallorca. Sigo con deleites humanos creados por dioses.