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Estoy que no quepo en mí, de gozo y satisfacción, tras ver como Rania de Jordania ha salvado los papeles de las monarquías una vez más, en su ya larga carrera como reina de un país pobre pero muy influyente. Fue hasta la Primera dama de Estados Unidos, cosa que no ocurrió en la boda de Felipe y Letizia, y se les esperaba, y tampoco en ninguna boda real europea reciente. El caso es que ver de nuevo a las reinas y princesas europeas y del mundo mundial, en su salsa, luciendo joyones y vestidazos de largo, y de gran gala, deja la coronación de Carlos y Camilla de Inglaterra en nada.

Los ingleses quisieron demostrar austeridad y modernidad eliminado tiaras y diademas y coronets y armiños y capas para centrar la atención en las joyas de los reyes ungidos y coronados de verdad. Pensé que sería peor, la verdad, lo de la coronación. Innovar en las monarquías de toda la vida es complicadísimo y resulta siempre vulgar.

Sin embargo, va Rania y organiza para su hijo el príncipe heredero un bodón de las mil y una noches a la que todas han acudido decoradas como árboles de navidad. Salvo Margarita de Bulgaria que vendió todo para que el rey Simeón II fuera primer ministro de su antiguo reino de cuento oriental. La de Amán parecía una boda sueca más que la de un país desértico donde todavía nos recuerdan machaconamente la primavera árabe.

Pues van los reyes y se lo pasan por el forro, demostrando valentía, seguridad y lo más importante, respetando las tradiciones de esa parte del mundo donde las familias corrientes se gastan lo que nunca tendrán para celebrar la boda de un hijo o una hija. Si alguien esperaba de Rania austeridad, tras las repetidas amenazas de Jaime Peñafiel, que adora el catastrofismo real, se ha equivocado de pleno. A la que no he visto es a su antecesora la reina Noor Al Hussein, la gran perdedora de esta familia real que dice descender del mismísimo Profeta. De ahí su poder y esplendor en esa parte del mundo tan inexplicable como maravillosa. Los cuentos en el desierto son mágicamente reales.

Alegría monárquica me he llevado al ver a los reyes Juan Carlos y Sofía de España de nuevo juntos en un acto de tanto relumbrón. Doña Sofía luciendo sus joyas particulares, las que no heredará Letizia, las que le regaló el armador Niarchos con motivo de su boda y se dice por sugerencia de la reina Federica de los Griegos, a la que se la ha culpado de todo mal. Era muy Rania me temo.