La asesina confesa a su llegada a los juzgados, el miércoles. | Jaume Morey

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Antonia Salamanca Garau no atravesaba por su mejor momento. A sus 51 años había enterrado a sus padres y había perdido el trabajo. También tenía problemas con la bebida. Por si fuera poco, una terrible depresión la acechaba. El domingo, la vecina de Sineu enloqueció por última vez. Y lo pagó su anciana tía Cati, de 91 años, que recibió una cuchillada mortal en el pecho. Luego, la sobrina introdujo su cuerpo consumido en una maleta, pero como no entraba lo forzó con tal violencia que parece ser que le fracturó la columna vertebral. Esta es la crónica de un homicidio que ha conmocionado a la Isla.

La nonagenaria estaba gravemente enferma y su estado se deterioraba día tras día. Padecía unos dolores insoportables y su sobrina, que cuidaba a diario de ella, le suministraba fentanilo, una medicación tremendamente potente, que ha causado una epidemia sanitaria por su mal uso entre toxicómanos de Estados Unidos. Pese a todo, la mujer tenía momentos de lucidez y cuando los efectos del medicamento se disipaban se volvía loca de dolor.

El domingo todo se juntó. Antonia se había bebido más de una botella de vino y no paraba de escuchar las quejas de su tía, según ella misma ha contado. Se había caído del sofá y había vomitado como consecuencia de la dura medicación que le administraban. Fue entonces, por la tarde, cuando Antonia enloqueció. Se abalanzó sobre ella y le clavó un cuchillo en el pecho. Luego, cuando comprendió lo que había hecho, decidió simular un accidente.

Cogió una maleta de viaje de color rojo y trató de introducir a la anciana dentro. La mujer pesaba solo 40 kilos, pero el proceso fue complicado. Al final, lo consiguió y la trasladó a su casa de Palma. Pero tenía tanta prisa para que un médico certificara la muerte que cometió un error fatal: llamó a los equipos de emergencias y dio una versión extraña del «fallecimiento» de la enferma. Los operadores sospecharon y una patrulla acudió a la casa, donde enseguida descubrió que no se había tratado de una caída o un accidente. En realidad, Catalina había sido apuñalada mortalmente.

Antonia ya no quiso mantener más el engaño. O no encontró fuerzas. Se derrumbó y confesó el crimen. «Era mala de aguantar», repitió en distintas ocasiones, para justificarse. Luego, cuando le pasó el efecto del alcohol, empezó a tener remordimientos: «Me arrepiento de lo que he hecho». El miércoles, el Grupo de Homicidios la trasladó a los juzgados de Vía Alemania. Le ofrecieron taparle el rostro con un jersey, para evitar a los fotógrafos, pero Antonia quiso dar la cara: «No. No hace falta». Luego, ante los periodistas, se reafirmó en su confesión: «Me arrepiento».