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La pequeña Ainhoa, de ocho años, se había criado con sus abuelos maternos en Andratx. Los fines de semana los pasaba con su madre, Antonia Martínez, de 32, y con el novio de ella, Miguel Ángel Guillén, de 31. El 18 de julio de 2011, la pareja le propinó un paliza tan salvaje que la criatura quedó sumida en un coma profundo. Agonizó durante doce horas, antes de que avisaran a un médico, y murió al día siguiente en el hospital de Son Espases. Esta es la crónica de un homicidio que causó una honda conmoción en Palma y, después, indignó a muchos ciudadanos que no entendían cómo la Fiscalía pactó una rebaja tan significativa de la condena. A día de hoy, muchos siguen tachando aquel acuerdo de "ignominioso".

La niña no vivía de forma habitual con su madre y no tenía relación con su padre biológico desde hacía más de seis años. Quién la crió y con quién vivía Ainhoa era con sus abuelos maternos en el Port d’Andratx. La cría apenas veía a su madre. Sin embargo, en la primavera de ese año, Antonia Martínez intensificó su relación con su hija. Había comenzado una relación con un nuevo novio con el que vivía en el Coll. La menor comenzó a visitar a su madre los fines de semana.

La Fiscalía siempre sostuvo que en esos encuentros se produjeron los primeros episodios de malos tratos: la niña tuvo una torcedura de muñeca, hematomas en piernas, brazos, espalda y frente y alguna herida. Nada que fuera más allá porque la madre, según el relato de la acusación, se negó a que fuera a un médico, para no levantar sospechas.

La madre de Ainhoa, Antonia Martínez, llega a los juzgados de Vía Alemania, antes de ingresar en prisión.

A las tres de la madrugada del 18 de julio todo cambió para siempre. Los investigadores llegaron a la conclusión -luego no probada en el juicio- que Miguel Ángel, el novio de la madre, intentó violar a la niña en la casa del Coll, en la calle Francesc Frontera. No lo consiguió, pero poco después la pareja le propinó una paliza de muerte. Le provocaron un traumatismo cráneo encefálico, fracturas en parietales y temporales, así como hematomas en ojos, sien, cervicales, codo, muñeca, muslos, glúteo, espalda y pantorrilla. La agresión fue tan brutal, que la pequeña entró en un coma profundo.

Su madre y su novio, sin embargo, no llamaron a una ambulancia. La ducharon y la metieron en la cama. Sólo doce horas después, cuando la pequeña Ainhoa apenas podía respirar y se debatía entre la vida y la muerte, decidieron pedir ayuda. Ingresó en estado crítico en el hospital de Son Espases, donde murió al día siguiente a consecuencia de la salvaje paliza.

Los dos acusados, en el banquillo, durante el juicio que se celebró contra ellos tres años después del crimen.

La Policía Nacional detuvo de inmediato a Antonia y Miguel Ángel, y comenzaron a investigar si el varón, esa madrugada, había intentado violar a la niña antes de la paliza mortal. La pareja, en medio de un revuelo mediático enorme, ingresó en la cárcel de Palma de manera preventiva, a la espera de juicio. En enero del 2014, los dos se sentaron en el banquillo de los acusados, en la Audiencia de Palma frente a los miembros de un jurado popular.

La muerte de la niña terminó con un acuerdo -que algunos tacharon de vergonzoso- que dejó la condena para los homicidas en penas de diez y doce años y medio de prisión. La madre de la menor, Antonia Martínez y su novio, Miguel Ángel Guillén aceptan que molieron a golpes a la niña, que cuando estaba semiinconsciente con el cráneo partido de lado a lado la ducharon y la acostaron. La pareja no avisó a ningún médico hasta doce horas después. Pese a todo, el pacto evitó las acusaciones de malos tratos habituales, intento de agresión sexual y omisión del deber de perseguir delitos. El fiscal Jaime Guasp retiró esos cargos y solo fueron condenados por el homicidio.

Los abuelos maternos, destrozados, rechazaron pedir una indemnización a la pareja. El padre biológico de la niña, en cambio, solicitó una compensación de 500.000 euros. La pareja, en el banquillo, se mostró cabizbaja. La madre, cuando fue preguntada si le había causado la muerte, matizó: "Involuntariamente, pero sí".