Andrés Román Galiano, de 45 años, mató con una catana a Catalina Frontera Hidalgo, de 52, en una finca de Bunyola. | Ultima Hora

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El 10 de abril de 2013, tras haber consumido alcohol y drogas, un resentido exempleado de una posesión de Bunyola, Andrés Román Galiano, de 45 años, decidió vengarse de la gobernanta de la finca, Catalina Frontera Hidalgo, de 52. Para consumar su tenebroso plan, la atacó y destrozó con una catana japonesa, tras esperarla agazapado. Esta es la crónica de un crimen del que se cumplen diez años y que horrorizó a la Isla.

El jardinero mallorquín empezó a trabajar en la finca de Can Polini en 2011. La propiedad era de unos inversores extranjeros, que visitaban poco la casa, y en ocasiones Andrés dormía allí. A finales del año siguiente, exigió de malos modos un aumento de sueldo, que le fue denegado. La ama de llaves era Catalina Frontera, que al parecer informó a sus superiores de que el jardinero llevaba a prostitutas a la casa, sin su permiso.

Sea como fuera, Andrés fue despedido y entró en cólera. El vecino de Inca presentaba una discapacidad del 37% y desde el momento en el que fue expulsado comenzó a urdir su venganza. Responsabilizaba a Catalina, vecina de Santa Maria, de todos sus males y llegó a obsesionarse con ella hasta el extremo que fantaseaba con su muerte. Los hechos se precipitaron en la noche del 9 de abril de 2013, cuando Andrés se emborrachó y consumió sustancias estupefacientes hasta la madrugada.

Catalina Frontera tenía 52 años y era vecina de Santa Maria.

A las seis y media de la mañana salió de Inca y se dirigió a la finca donde había trabajado, en la carretera de Santa Maria a Bunyola. Salta la alambrada y se escondió detrás de un pozo. Conocía a la perfección aquel terreno, donde había ejercido durante algunos años como jardinero, y cuando Catalina Frontera llegó a la casa no sospechó que estaba a punto de caer en una emboscada mortal.

De improviso, Andrés se abalanzó sobre ella, catana en mano, y comenzó a golpearla en distintas partes del cuerpo. La mujer apenas pudo protegerse, interponiendo sus brazos, y se desplomó dentro de la casa, sobre una vasija de cerámica. Era una sala, junto a la cocina, y la gobernanta fue terriblemente apuñalada. Además de la espada japonesa, el asesino utilizó dos cuchillos que cogió de la cocina. Catalina sufrió heridas incisas en la cara, el cuello, el abdomen y los brazos, y un traumatismo craneal.

A las diez de la mañana, un joven electricista de Llubí, que debía revisar la instalación de la casa, descubrió el cuerpo sin vida de la ama de llaves. A su alrededores había pisadas y huellas, cubiertas de sangre. El criminal había huido precipitadamente, dejando un rastro más que evidente. La Policía Judicial de la Guardia Civil se hizo cargo de la investigación y precintó la finca, para analizar la escena. La detención de Andrés fue rápida. Era el principal sospechoso y acabó confesando el crimen.

El asesino señala el lugar en el que, según él, arrojó la catana tras el crimen, en el Port d'Alcúdia. Luego se comprobó que mentía.

Faltaba por encontrar el arma homicida y el jardinero sostuvo que la había arrojado al mar, en el Port d'Alcúdia. Durante días, los GEAS (Grupo Especial de Actividades Subacuáticas) de la Guardia Civil peinaron la zona más próxima a las rocas, sin suerte. Los submarinistas abrieron un abanico de 25 metros desde la costa, que la trayectoria máxima que se calculaba podía alcanzar Andrés. Sin embargo, el acusado mentía. Y le confesó a un hermano que la catana estaba en la finca de Bunyola, de donde nunca salió. Los agentes, en efecto, la encontraron allí, cubierta de sangre.

El asesino confeso en junio de 2014, en el banquillo de los acusados.

Tras confesar e ingresar en prisión, en el verano de 2014, un año después de los espeluznantes acontecimientos, se inició el juicio. Andrés se sentó en el banquillo con una ropa muy informal, como si la cosa no fuera con él. Pidió perdón por la muerte de su excompañera de trabajo, pero sin demasiado convencimiento. El jurado popular emitió un veredicto de culpabilidad y fue condenado a 17 años y medio de cárcel. Encajó la sentencia sin apenas inmutarse, con la mirada perdida.