Joan Cerdà Puigserver en el año 2000, durante su juicio con jurado popular en Palma.

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Un caluroso 16 de agosto de 1998 unos senderistas se toparon con un cadáver en la falda del monasterio de Cura, en el Puig de Randa. Se trataba de una mujer que había caído desde 60 metros de altura y que fue identificada como Francisca Puigserver Rosselló, de 45 años. Esta es la crónica de un espeluznante crimen que comenzó como un suicidio y acabó con la detención y condena del hijo de la fallecida, Joan Cerdà, como autor del asesinato.

Francisca era natural de Porreres, pero hacía muchos años que vivía en Llucmajor, en la calle Sant Llorenç. En el pueblo era muy conocida y apreciada y se ganaba la vida cuidando de una anciana, a la que levantaba cada mañana y daba el desayuno. Estaba separada y sufría de fuertes depresiones. Tenía un único hijo: Joan, de 26 años.

El chico era ayudante de sepulturero en el cementerio de Llucmajor y vivía con su novia. Era reservado e introvertido, pero no se le conocían grandes incidentes. Lo que pocos sabían es que durante los últimos años había ido acumulando deudas con los bancos, que en ese momento superaban los cuatro millones de pesetas. Toda una fortuna para la época.

El 16 de agosto, por la tarde, los dos senderistas que encontraron el cadáver destrozado de una mujer pidieron ayuda a los equipos de emergencias y la Guardia Civil y los bomberos rescataron el cuerpo, que no llevaba documentación encima. Sólo una caja de Diazepan. El impacto desde 60 metros del mirador de Morro den Moll había sido brutal y la señora se había estrellado contra un árbol, que se había fracturado por la violencia de la colisión.

La prioridad policial era identificar el cadáver y al ser peinado el monasterio de Cura, Randa, Gràcia y Sant Honorat se encontró un ciclomotor en el margen de la carretera. Las placas indicaban que la propietaria era una extranjera que residía en Palma, pero algo no cuadraba: los agentes la localizaron en perfecto estado, así que no podía ser la señora del fondo del barranco. Contó que la moto la había vendido a una vecina de Llucmajor, y así fue como descubrieron que la víctima era Francisca.

Su hijo, casi al mismo tiempo, acudió al cuartel a denunciar su desaparición. Cuando se confirmó que la fallecida era la cuidadora Joan explicó que su madre era depresiva, dando a entender que había podido saltar del acantilado para suicidarse. Todo parecía ir encajando y la investigación estaba a punto de cerrarse cuando apareció un nuevo e inquietante dato: unos testigos, el 15 de agosto, habían visto subir a Cura a dos ciclomotores, pero solo había bajado uno. Ese detalle lo cambió todo.

El joven proclamó su inocencia en el juicio, rectificando su confesión ante la Guardia Civil.

Joan, curiosamente, también tenía moto. Inicialmente, el joven estaba muy tranquilo, pero a medida que la Guardia Civil comenzó a presionarlo en el interrogatorio se vino abajo y acabó derrumbándose. Reconoció que había lanzado a su madre desde el mirador y que luego había denunciado su desaparición para intentar despistar. Ingresó en prisión y en octubre del año 2000 llegó el juicio, con jurado popular.

El acusado, sorprendentemente, rectificó su confesión ante los investigadores: «Confesé que maté a mi madre porque me dijeron que iban a detener a mi novia. Creía que estaba embarazada y esperaba un hijo mío. No quería que fuera a la cárcel». El joven, para quien el fiscal Bartomeu Barceló reclamaba 15 años de cárcel por asesinato, reconoció que el día 15 de agosto de 1998 acudió de noche con su madre al monasterio de Cura. Ambos llegaron con sus respectivas motos.

La iniciativa, según él, surgió de su madre. «Estaba muy deprimida porque había tenido una discusión con la sobrina de la anciana que cuidaba». El acusado recordó que estuvo hablando un rato con ella, hasta que decidió volver a su casa. «Me fui y la dejé a ella en Cura porque quería estar sola. Creo que se suicidó», aseguró.

El fiscal mantuvo que el acusado asesinó a su madre por un móvil económico. Juan debía unos cuatro millones de pesetas y la acusación sospechaba que hacía días que presionaba a su madre para que le permitiera hipotecar su casa y conseguir el dinero que necesitaba. Ella se negaba. El veredicto fue de culpabilidad y el juez lo condenó a 18 años y nueve meses de cárcel, que luego ratificó el Tribunal Superior de Justicia de Baleares (TSJB).

26 años después, en Llucmajor y Randa todavía se recuerda el espantoso crimen de Francisca, la mujer que fue arrojada desde 60 metros por su hijo.