Telesfora Uriarte tenía 84 años y vivía sola en su piso de Palma. | Ultima Hora

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La noche del 22 de octubre de 1990, un día después de las serenatas y los buñuelos por la festividad del día de las Vírgenes, Palma no estaba para fiestas. Una anciana viuda que vivía sola en su piso de la barriada de Son Canals apareció asesinada a golpes y pese a todos los esfuerzos policiales el crimen nunca pudo ser esclarecido. Esta es la crónica de un homicidio que causó una gran conmoción en la capital balear y que acabó con un asesino suelto. ¿Quién mató a Telesfora Uriarte?

En aquellos años, los heroinómanos campaban a sus anchas, sobre todo en la Porta de Sant Antoni y en el barrio chino de Palma. Se habían registrado asaltos violentos y algunas muertes que nunca pudieron ser esclarecidas, y el Grupo de Homicidios de la época, con pocos medios y un personal escaso, hacía lo que humanamente podía. Años después, la unidad se reforzó hasta llegar a ser una de las punteras de la Jefatura palmesana.

Sea como fuere, aquel 22 de octubre una vecina de Telesfora reparó en que la puerta de su piso estaba abierta. Se extrañó, porque eran las doce y media de la noche y la anciana siempre dormía a esas horas. Entró, llamando por su nombre a la viuda, que vivía sola. Temía que hubiera caído de forma accidental, debido a su avanzada edad, y se encontrara en apuros.

En la sala no había nadie, pero en su habitación la mujer se topó con una escena que nunca olvidó: Telesfora yacía en el suelo, en medio de un gran charco de sangre, con un fuerte golpe en la frente y otro en la nariz. El cráneo lo tenía hundido. La casa estaba revuelta y la testigo comprendió enseguida que no se trataba de una caída fortuita: habían matado a golpes a su vecina. Y lo peor: el asesino podía seguir en la casa. Así que rápidamente salió del piso y pidió ayuda, muy afectada por lo que había visto.

Los agentes de la policía Nacional se hicieron cargo de la investigación y precintaron la casa, para que no se alterara la escena del crimen y pudieran buscar huellas u otros indicios. Tomaron declaración a la vecina, que con sus datos acotó la hora del asalto, y también se entrevistaron con otros vecinos de la zona, para saber si habían visto u oído algo sospechoso esa noche. Las gestiones se multiplicaron en las calles comprendidas entre Aragón e Indalecio Prieto.

La principal hipótesis policial era que la anciana había sido vigilada sin que ella lo supiera, para conocer sus rutinas diarias. Otro dato que llamó la atención es que la puerta no había sido forzada, con lo cual se presentaban dos hipótesis: el ladrón había conseguido abrirla desde fuera, lo cual no era sencillo, o bien la viuda conocía al agresor y le había franqueado la puerta, sin sospechar sus siniestras intenciones. Así pues, se buscó a varones o jóvenes que conocieran a la mujer, pero todos los esfuerzos fueron inútiles. Hubo algunos sospechosos en el punto de mira policial, pero no se concretaron las imputaciones contra ellos.

Lo único que quedó medianamente claro de aquel crimen cometido hace casi 34 años, es que el móvil fue el robo. Los cajones de las habitaciones estaban abiertos y la ropa y los enseres, revueltos. El acusado había buscado efectos de valor, joyas o dinero. Lo que no cuadraba es la violencia empleada por el intruso. Si la dueña de la casa había descubierto al delincuente: ¿Por qué ensañarse con una anciana desvalida en lugar de huir rápidamente del piso? Quizás la respuesta es que el desconocido no lo era tanto. Y que conocía a Telesfora. Y ella a él.