Irmela Regina Femmer tenía 50 años y había enviudado tres veces. Vivía en un lujoso chalet de sa Mola, en el Port d'Andratx.

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El 5 de enero de 2001, víspera de Reyes, una acaudalada viuda alemana de 55 años, llamada Irmela Regina Femmer, apareció brutalmente asesinada a puñaladas en su chalet de sa Mola, una exclusiva urbanización del Port d'Andratx. Esta es la crónica de un crimen que puso en jaque a los investigadores, que finalmente consiguieron aclarar que el servicio de la mansión estaba implicado en el crimen. El supuesto asesino, con todo, consiguió huir, presumiblemente a Filipinas, y nunca fue detenido. 23 años después, el asesinato de la elegante señora alemana sigue impune.

La víctima había enviudado tres veces y acumulaba una fortuna. Sus maridos gozaban de una privilegiada situación económica y la señora, tras los sucesivos decesos, decidió empezar una nueva vida en Mallorca. Compró una mansión en la calle Moreda, en la exclusiva urbanización de sa Mola, en el Port d'Andratx. En el chalet el servicio era filipino y un 5 de enero de 2001 Irmela abrió la puerta a alguien que conocía. Y que estaba secretamente enamorada de ella. De hecho, junto al cuerpo sin vida de la alemana apareció un ramo de flores, que el asesino le había comprado poco antes. El cadáver estaba cosido a puñaladas y la Policía Judicial de la Guardia Civil se hizo cargo de la investigación. El forense determinó que presentaba cinco puñaladas en distintas partes del cuerpo, algunas de ellas mortales.

Una herida profunda en el cuello le atravesó la tráquea, el esófago, la arteria carótida y la yugular; y otra herida mortal el abdomen, la arteria aorta y un riñón. Irmela también fue acuchillada en la caja torácica y junto al corazón. El criminal abandonó las armas blancas (un cuchillo de 23 centímetros de largo y 4 de ancho, y otro más pequeño que se rompió durante la agresión), en el lugar del crimen. La viuda presentaba un fuerte golpe en la cabeza y cortes en los antebrazos, lo que indica que ofreció una desesperada resistencia. El cuerpo fue arrastrado dentro de la casa, tal y como desvelaba un reguero de sangre.

La mansión se encontraba ubicada en la calle Moreda, en sa Mola.

El juez Enrique Morell, titular del juzgado de Instrucción número 9 de Palma, ordenó el levantamiento del cadáver y desde el principio un detalle llamó la atención de los investigadores: la caja fuerte, que contenía joyas y dinero, no había sido saqueada y en la casa el asesino había ignorado efectos de gran valor. El robo, pues, no era el móvil. Al menos en apariencia. Las pesquisas se centraron en un detalle: la víctima conocía a su asesino, porque le abrió la puerta con tranquilidad, sin sospechar nada. Fue entonces cuando se comenzó a sospechar del servicio de la casa, compuesto por mujeres filipinas. Virginia, de 49 años, era una de las empleadas. Si novio había sido un filipino llamado Felino Santiago Dijah. Pero había otro dato que complicaba aún más las codas: Felino también tenía relaciones con Flor Sespida, otra de las sospechosas, de 51 años, que trabajaba en el chalet. El último para acabar el puzzle era Denis, un filipino de 36 años, que era amigo de Felino. Trabajaba en un chalet de Son Vida y había sido novio de una sobrina de aquél.

El legendario capitán Bartolomé del Amor, a la izquierda, durante la inspección ocular en la mansión de sa Mola.

Tras semanas se investigación, la Policía Judicial cerró el círculo. Tenían claro que Felino era el autor material del crimen, aunque sospechaban que el día del crimen le acompañó en coche a la mansión su amigo Denis, que se pudo quedar fuera esperando. Y vigilando. Todo indica que el asesino quiso mantener relaciones con la acaudalada viuda, que lo rechazó. El hombre, enfurecido, acudió a la cocina, cogió un cuchillo y se abalanzó sobre la señora alemana, a la que dio muerte a puñaladas. El móvil, pues, fue pasional. Sin embargo, esta versión de los hechos nunca pudo ser probada en un juicio porque Felino escapó de la Justicia y se perdió su pista. Al día siguiente del crimen fue contratado como friegaplatos en un restaurante de la Isla y después, con el dinero del jornal, compró un billete para Madrid. De allí viajó a Málaga, donde desapareció.

La Policía Judicial registró durante horas el chalet de Irmela Regina Femmer.

A partir de ese momento se entabló una lucha burocrática titánica. Los agentes estaban convencidos de que Felino había conseguido llegar a una de las muchas islas de su país, y cursaron una orden internacional de detención. Sin embargo, la cooperación entre la Guardia Civil y la policía filipina fue nula. Nunca se halló rastró del asiático, que se esfumó cual fantasma. "En ese país es muy sencillo conseguir una identidad nueva, así que era como buscar una aguja en un pajar. Estábamos en clara desventaja", ha recordado 23 años después a este periódico uno de los investigadores que participó en la búsqueda de Felino. Con todo, la Benemérita no se rindió y practicó algunas detenciones.

Una de las detenidas por la Policía Judicial de la Guardia Civil.

El 19 de febrero, más de un mes después del crimen, fue arrestada Flor Sespida como encubridora, e ingresó en prisión. Luego fueron detenidos Virginia y Denis. También tomaron declaración al novio de la viuda, un doctor alemán que se encontraba en su país, y que voló a Mallorca para responder a las preguntas de la Guardia Civil y disipar cualquier duda. Era un rico médico, y a pesar de que la herencia en caso de muerte de Irmela le beneficiaba, argumentó que no necesitaba para nada la fortuna de su prometida. Flor Sespida acabó por derrumbarse y confesó toda la trama. Su novio Felino Santiago Dijah había sido el autor material y su amigo Denis el que le acompañó al chalet, aquel aciago 5 de enero, víspera de Reyes. El motivo: conseguir dinero para costearse su adicción a las drogas. Sin embargo, esa confesión no cuadraba a los investigadores, que no se explicaban por qué no se habían llevado las valiosísimas joyas y dinero de la casa, sobre todo si tenían el 'mono' (síndrome de abstinencia) y estaban desesperados para comprar estupefacientes. Las flores, siempre según esta versión, eran para Virginia, con la que se había peleado y quería reconciliarse.

El precinto judicial en la casa del crimen, que fue roto por unos desconocidos que robaron en la mansión días después. Tampoco se aclaró su autoría.

La versión de Flor Sespida nunca cuadró a los investigadores del capitán Bartolomé del Amor, que siempre sospecharon que el filipino estaba secretamente enamorado de la jefa de su novia, la elegante y acaudalada viuda alemana. La cosa, con todo, no acabó aquí. Unos desconocidos, días después del crimen, asaltaron la mansión, que estaba precintada por la Guardia Civil. Los ladrones se llevaron la caja fuerte, dinero en moneda alemana (la cantidad no se pudo precisar) y joyas de valor que guardaba en su domicilio la víctima. Nunca se pudo demostrar si los implicados en el homicidio estaban detrás del robo, porque no se halló a los autores. Quizás eran demasiadas coincidencias.

La vivienda estaba cerrada y la Guardia Civil había colocado un precinto tanto en la puerta principal como en la entrada situada detrás del chalet. La violación de este precinto fue descubierto por unas vecinas que vivían cerca del chalet. Estas mujeres vieron cómo una de las entradas estaba abierta y avisaron a la Guardia Civil. Los agentes que entraron hallaron todo revuelto. Y siguieron los fenómenos extraños relacionados con el crimen de sa Mola. Felino Santiago, con el paso de los años, llegó a sentirse intocable. Sabía que las autoridades de su país no tenían ninguna intención de extraditarlo, así que en 2004 se presentó a las elecciones municipales de su pueblo, como candidato. No hay constancia de que fuera elegido alcalde.