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El 30 de junio de 2005, de forma casual, unos obreros que trabajaban en unas reformas en un hotel de La Bonanova descubrieron el cadáver de una mujer, enterrado bajo la piscina, en un lugar inaccesible. Y en una postura imposible. En ese momento los investigadores todavía no sabían que se trataba de María Dolores Santiago Palenzuela, una granadina de 53 años asesinada hacía 29 años por Pep el mallorquín, su amante casado. Esta es la crónica de una trepidante investigación del Grupo de Homicidios que llegó a cribar a 1.200 personas para identificar los restos y que investigó a 294 trabajadores para dar con el asesino.

Manoli, la sobrina de María Dolores, fue quién consiguió que en marzo de 1972 la mujer entrara a trabajar en la lavandería del Hotel Augusta, situada en los bajos de la piscina. Precisamente donde se ubicaría su tumba, cinco años después. La mujer llegó a la Isla con otros temporeros del turismo de Granada, en busca de oportunidades, y enseguida demostró a sus jefes que era responsable y seria en el trabajo. Con el tiempo, se enamoró de un compañero de trabajo, 'Pep el mallorquín' (como le conocían los granadinos) o 'Pep es picapedrer' (como le apodaban los mallorquines). Estaba casado y con hijos, y la relación entre ellos era secreta, hasta que María Dolores lo contó a su familia.

El 11 de enero de 1977 las cosas se torcieron para siempre. La relación secreta se estaba rompiendo. María Dolores no aguantaba más que su novio no dejara a su mujer y le dio un ultimatum. Se citaron en un lugar que solo ellos dos conocían, y entre las diez de la noche y las once de la mañana la camarera se esfumó para siempre, como por arte de magia. La víctima dormía en una habitación de la cuarta planta del Hotel Majórica (luego llamado Augusta) y su familia y jefes, tras descubrirse su desaparición, corrieron a comprobar si estaba dentro, indispuesta. Lo que encontraron fue sumamente extraño: todas sus pertenencias estaba allí, perfectamente ordenadas. Incluso tenía su dinero. Era imposible, pues, que se hubiera marchado de forma voluntaria.

Un sobrino presentó una denuncia en la Policía Nacional y fue a hablar con Pep, para ver si sabía algo. 'Es picapedrer' le recibió indignado y muy violento, y lo amenazó para que no volviera a molestarle. Allí se perdió definitivamente la pista de la empleada del hotel, durante 29 años. Hasta aquel 30 de junio de 2005, cuando unos obreros descubrieron unos restos humanos emparedados en el mismo hotel de La Bonanova donde se veían clandestinamente María Dolores y Pep, los amantes furtivos. La investigación del Grupo de Homicidios de la Policía Nacional fue colosal. Nadie sabía de quién era ese cadáver. La muerte accidental o el suicidio se descartó desde el primer momento. La habían enterrado encogida, y el asesino le había destrozado el cráneo y las costillas con un objeto contundente. Tras emparedarla, en una postura muy extraña, también enterró junto a ella sus ropas y un reloj de pulsera. El forense confirmó que se trataba de una mujer blanca, de unos 50 años, que medía 1,50 centímetros de altura y había sido asesinada hacía unos 30 años.

El cerco, pues, se iba estrechando. El siguiente paso fue cribar a todo el personal del Hotel Augusta que en los años setenta trabajó allí, y la Seguridad Social facilitó la filiación de 294 hombres y mujeres. Unos habían muerto, otros se habían jubilado, y muy pocos seguían en activo. Pero había una mujer, María Dolores, de la que nadie había vuelto a tener noticias desde el 11 de enero de 1977. Bingo. Los investigadores ya lo tenían claro, pero faltaba la confirmación científica. Los restos hallados fueron sometidos a la prueba del ADN, con familiares de Granada y Menorca. Durante la investigación, 1.200 personas fueron cribadas por su perfil genético y siete meses después del Hallazgo, en enero de 2006 se confirmó que se trataba de la camarera granadina. Y que Pep, su amante de entonces, era sin género de dudas el criminal. Todas las piezas del puzzle encajaban, por fin.

Los agentes acudieron a la casa palmesana del mallorquín, conscientes de que no podían detenerlo. El crimen había prescrito en enero de 1997. Pero todavía les quedaba una satisfacción: vengar la memoria de María Dolores y que la familia de Pep conociera lo que había hecho el albañil. Un desquite póstumo. El hombre, ya muy mayor, les recibió tenso, esquivo. Cuando le nombraron a María Dolores simuló que no la conocía de nada. Después le recordaron un dato decisivo: sólo ella y él tenían acceso al sótano donde fue enterrada tras el brutal crimen. Allí, Pep comenzó a dudar. Se hundió. Y entró en numerosas contradicciones. Los agentes, expertos en detectar a kilómetros incoherencias y mentiras, supieron sin género de dudas que 'es picapedrer' estaba mintiendo. Y que su mirada y sus gestos nerviosos evidenciaban algo que debía haber estado esperando toda su vida: que la policía, un día, llamara a la puerta de su casa preguntado por María Dolores. Su amante secreta.