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Se llamaban Catalina, Miquela, Maria dels Àngels, Amparo y Antònia. Son las cinco monjas mallorquinas asesinadas durante la Guerra Civil que hoy nadie recuerda. Las tres primeras fueron perseguidas y ejecutadas solo por ser religiosas. Las dos últimas murieron cuando una bomba republicana cayó sobre su convento en Palma. La lista macabra de religiosos eliminados durante el conflicto contiene 6.832 nombres. De ellos, 238 eran mujeres.

Catalina Caldés Socias era de sa Pobla y tenía 37 años. Miquela Rullán Ribot era de Petra y contaba 33. Ambas pertenecían a las Franciscanas Hijas de la Misericordia, una congregación fundada en el pueblo de Pina. El destino quiso que poco antes de la guerra las trasladaran a ambas al santuario del Coll, en el distrito de Gracia de Barcelona. Allí mismo fueron víctimas de la furia anticlerical de los primeros días de la revolución. Tras varios días de vejámenes y simulacros de fusilamiento, el 23 de julio de 1936 fueron asesinadas junto a cuatro curas mallorquines y una mujer catalana que les había ayudado en la zona montañosa de la Arrabassada, en las afueras de la ciudad.

Según la historiadora María Encarnación González, durante el tiroteo Catalina salvó milagrosamente la vida. Salió corriendo, sorteando la lluvia de balas, y se escondió en el bosque hasta la noche. Consiguió llegar herida hasta la casa de una conocida, pero esta no la dejó entrar por miedo a represalias. Un grupo se ofreció a llevarla a un hospital y en lugar de eso la remataron.

Estos seis mallorquines y la mujer que les ayudó son conocidos como ‘los mártires del Coll’ y fueron beatificados en 2007.

Maria dels Àngels Ginard Martí era de Llucmajor y tenía 46 años. Pertenecía a las Hermanas Celadoras del Culto Eucarístico cuando fue destinada a un convento en el barrio de Salamanca de Madrid. Cuando estalló la revolución, tranquilizó a sus compañeras: «Todo lo que pueden hacer es matarnos…». Se refugió en casa de unos amigos, pero el portero la denunció y fue detenida. Tras pasar por una checa, fue asesinada el 26 de agosto de 1936 en la Dehesa de la Villa, en las afueras de la ciudad. El Papa la beatificó en 2005.

Por último, las religiosas Amparo Mir Jaume y Antonia Pons Alcover murieron el 7 de octubre de 1937 cuando una bomba arrojada desde un avión republicano impactó sobre la enfermería del convento de Sant Jeroni, en Palma. En su caso, no han sido nunca reconocidas como «mártires de la fe» ni «caídas por Dios y por España».

Los religiosos baleares asesinados durante la guerra son más de 80. La mayoría (38) cayeron en la Menorca republicana. El más conocido fue el joven sacerdote Joan Huguet Cardona, tío del exsenador del PP Joan Huguet y del exrector de la UIB Llorenç Huguet. Le pegaron dos tiros tras negarse a escupir sobre un crucifijo. En Ibiza fueron ejecutados 20 y en Formentera uno. Los demás (20), estaban en la Península, como ha investigado Nicolau Pons. En Mallorca los franquistas fusilaron al sacerdote de Llubí Jeroni Alomar Poquet por ayudar a izquierdistas escondidos. En el paredón se quitó la sotana para no mancharla de sangre y gritó «¡viva Cristo Rey!». Era primo del prestigioso arquitecto Gabriel Alomar.