Momento en el que los padres de la ex novia de Andrés Moyá reciben la noticia del asesinato del albañil, en junio de 2001.

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Hace 22 años un cadáver apareció en una finca de Manacor, con una mordaza y una cuerda anudada al cuello. A Andrés Moyá Bueno, un albañil de 34 años, le habían inyectado a la fuerza una dosis de cocaína, que lo mató por sobredosis. El asesino le dejó una carta de Póker en uno de los bolsillos y un puñado de paja en los genitales. Un aviso a navegantes en un ajuste de cuentas. El caso nunca se esclareció, a pesar de que una familia de cuatro colombianos apareció en el punto de mira de los investigadores.

Apareció asesinado en una noche de lunes en una finca del Camí de sa Rotana, cerca de la Ciudad. En uno de sus bolsillos apareció una carta de póker. Era el 11 de junio de 2001, en una finca del Camí de sa Rotana, cerca de la Ciudad. El encargado de la finca Bandris Vell detectó un intenso hedor y al acercarse a un descampado observó, junto a un árbol, el cadáver de un hombre, boca abajo y con una camiseta rodeándole la cabeza. Le habían anudado una cuerda al cuello y ya se encontraba en estado de descomposición, señal de que llevaba varios días muerto. Llevaba una mordaza. El varón dio aviso al Cuerpo Nacional de Policía y una patrulla se desplazó a aquel sembrado y, en efecto, comprobó que se trataba de una muerte, en apariencia, violenta.

En uno de sus bolsillos le habían dejado una carta de Póker, en concreto un diez de corazones, y en el otro llevaba un prospecto de un laxante. Los genitales los tenía cubiertos con un puñado de paja, que el asesino había cogido de unas balas próximas. El cinturón estaba por fuera de las trabillas, por lo que los investigadores supusieron que al criminal (o criminales) lo transportó cogiéndolo por allí. La inspección ocular se pospuso hasta el día siguiente, porque había caído la noche y el Grupo de Homicidios quería investigar la escena del crimen con las primeras luces del día. El forense Javier Alarcón fue el encargado de examinar el cuerpo y para él quedó completamente claro que se trataba de un crimen.

La finca donde se halló el cuerpo sin vida fue acordonada por la Policía Nacional.

La sorpresa llegó cuando le practicaron la autopsia y se desveló que le habían suministrado, a la fuerza, una dosis letal de cocaína. Inyectándosela en vena. Después abandonaron el cadáver en aquellos terrenos, donde pasó varios días a la interperie hasta que fue descubierto de forma casual. Catalina, la ex novia del fallecido, prestó declaración ante los policías, al igual que otros familiares y amigos del albañil. Poco a poco fueron trascendiendo detalles importantes para el sumario: poco antes del crimen, Andrés Moyá había vuelto de un viaje de Colombia, al parecer con un alijo de droga dentro de su cuerpo.

En noviembre de esa año el caso seguía estancado. Ultima Hora consiguió hablar en exclusiva con la familia del asesinado. «Para nosotros está muy claro que fueron cuatro personas colombianas las que mataron a Andrés cuando dormía en su casa y luego lo trasladaron hasta el descampado de sa Rotana», contaron. Su hermano explicó que el fallecido era natural de Tarazona de la Mancha, en Albacete, y que ya de joven tuvo algunos problemas con las drogas. Luego se vio inmerso en el asalto a una joyería y en 1994 se trasladó a Mallorca, donde ya residía su hermana. «Tenía malas amistades y con mi coche, un día, robaron en una gasolinera. Los cogieron y como mi hermano tenía antecedentes se pasó un año y medio en la cárcel», contó Juan José Moyá.

Andrés se separó de su novia y siguió viviendo en una casa de la calle Barracal de Manacor. Poco antes de su muerte llegaron nuevos inquilinos a la vivienda: un amigo colombiano, sus padres y una hermana, todos de esa nacionalidad. La familia de Andrés relacionó directamente a esos cuatro extranjeros -que estaban en paradero desconocido- con el fatal desenlace. El forense llegó a determinar que el albañil había sido torturado, presumiblemente para que contara donde había escondido la droga que se había quedado de su viaje a Colombia. Un jefe de Policía de aquella comisaría, en cambio, no compartía esa versión. La jueza Mónica de la Serna impulsó una serie de diligencias pero a día de hoy, 22 años después, la muerte de Andrés Moyá sigue siendo un misterio. Al igual que el significado de la carta de Póker que dejaron en el cuerpo.