Los investigadores, examinando el lugar donde aparecieron los restos mortales, el 4 de abril de 2000.

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La finca de Son Dameto está ubicada en el kilómetro 76 de la carretera de Esporles. El 4 de abril del año 2000, un cuadrilla de trabajadores del Ibanat (Instituto Balear de la Naturaleza) estaba desbrozando el margen de la carretera cuando se toparon con un saco. Era por la mañana y tras abrir la cortina de baño y el plástico de unos invernaderos los operarios se toparon con una escena dantesca: una mujer momificada, con un tiro en la cabeza y una puñalada en la espalda. Casi 24 años después, y pese a todos los esfuerzos de la Guardia Civil, que se volcó en el caso nunca se ha sabido quién era la mujer. Ni quién la mató.

Los agentes de la Guardia Civil Fernando y Monserrat con las pruebas recogidas en la finca de Esporles.

Nada más ser descubiertos los restos mortales, la Policía Judicial de la Guardia Civil se hizo cargo de la investigación, que capitaneó el legendario comandante Bartolomé del Amor. Los restos mortales fueron trasladados al instituto anatómico forense de Palma, donde se determinó que se trataba de una mujer de entre 30 y 40 años, de 1,67 centímetros de altura. Había sido asesinada meses atrás, presumiblemente en el mes de septiembre de 1999. Le dispararon en la cabeza, a bocajarro, y para rematarla le apuñalaron en la espalda. Vestía con un sencillo jersey de Zara, un pantalón de Mango y unas botas negras. Llevaba encima un collar, unas pulseras y un característico triángulo con el 'ojo que todo lo ve', un símbolo cristiano usado por la iglesia, en sus primeros años.

Los investigadores de la Policía Judicial vieron en el amuleto su salvación. Era una pieza de bisutería no demasiado frecuente, y pusieron en marcha un dispositivo descomunal para visitar todos y cada uno de los prostíbulos que había en aquella época en Palma y en la Part Forana. Que la víctima fuera una prostituta era una posibilidad, así que los agentes se entrevistaron, una por una, con todas las meretrices. Fue un trabajo ingente y extenuante, porque requirió de muchos días, pero al final el resultado fue del todo infructuoso: ninguna chica reconoció la joya ni el resto de abalorios. La fallecida era una especie de fantasma, nadie le ponía nombre ni apellidos. Y se esfumaba la idea de que era una prostituta.

Los abalorios del cadáver, con el característico 'ojo que todo lo ve'.

A medida que avanzaban las pesquisas, el examen forense desveló un detalle importante: las piezas dentales recuperadas incluían un empaste que solo se realizaba en Brasil. La mujer, por ende, o era brasileña o procedía de aquel país. El análisis de los plásticos con los que la envolvieron también arrojó datos claves: la cortina de baño era corriente, pero la otra pieza era de un invernadero. La información coincidió con el testimonio que aportó una farmacéutica de la zona, que contó a la Guardia Civil que en el mes de septiembre de 1999, cuando circulaba de Palma a Esporles, entró en un tramo de Establiments que estaba en obras. Aminoró la marcha y se detuvo ante un semáforo portátil. Justo detrás había una furgoneta de color blanco. De repente, la mallorquina escuchó unos gritos aterradores en la parte trasera del vehículo. Lo conducía un hombre de entre 30 y 40 años, moreno y con gafas. Pero no pudo ver lo que ocurría detrás.

Los investigadores del caso, en el cementerio de Palma.

La conductora, sospechando que algo muy grave había ocurrido, arrancó cuando se puso verde el semáforo, pero lo hizo muy lentamente, para que la furgoneta la adelantara. No lo hizo. Antes de Llegar a Esporles, el varón se detuvo en el margen izquierdo de la carretera y la farmacéutica le perdió la pista. Cuando estaba en el pueblo, relatándole la historia a su marido, el vehículo pasó junto a ellos y la mujer, precipitadamente, tomó la matrícula. O algunos dígitos sueltos. Estaba rotulada con el nombre de unos viveros. La Policía Judicial de la Guardia Civil pensaba que por fin tenían al asesino y peinaron todos los viveros de Mallorca. Todos los empleados y propietarios fueron investigados. Algunos tenían antecedentes por delitos sexuales, pero el principal problema es que la matrícula que facilitó la testigo no coincidía con ninguna furgoneta. A día de hoy, 24 años después del asesinato, nadie sabe quién era la mujer. Ni el asesino. Sólo quedó claro un dato: el homicida trabajaba en unos viveros. Y quizás sigue haciéndolo.