La empresa funeraria con el cuerpo sin vida del empresario, frente a su negocio de la antigua calle Ruiz de Alda.

TW
7

Hace ahora 23 años, un conocido empresario mallorquín de 82 años de edad - Pedro Estarellas Bibiloni- fue asesinado a golpes en su casa de la calle Ruiz de Alda (en la actualidad calle Simó Ballester), a tan solo unos metros de uno de los lugares más vigilados de la Isla: la Jefatura palmesana de la Policía Nacional. Tres implicados fueron detenidos por el Grupo de Homicidios, pero solo uno fue encarcelado y años después condenado. Esta es la crónica de un crimen que conmocionó a Palma por la violencia con la que actuó el ladrón y porque se cometió justo enfrente de la comisaría.

Pedro Estarellas era un acaudalado y veterano empresario, muy conocido y apreciado en la Isla que, entre otros negocios, tenía un rent a car en Ruiz de Alda. Uno de los sospechosos lo conocía porque lo había visitado alguna vez en su negocio y sabía que poseía una importante colección de cuadros y dinero en efectivo. En la noche del jueves 19 de octubre del año 2000 José María Cervelló subió al edificio del anciano y se escondió en el cuarto de contadores, agazapado a la espera de que llegara el empresario. A solo unos metros salían y aparcaban coches patrulla.

Pedro Estarellas era muy conocido y apreciado en Palma.

Por la noche, Estarellas entró en el portal y se dirigió a su piso. Cuando abría la puerta, el delincuente lo atacó por la espalda y le propinó un tremendo puñetazo, que le fracturó una vértebra. Todo indica que el empresario murió debido a ese primero y brutal golpe, pero el intruso no lo sabía y lo arrastró hasta una silla, donde lo sentó y amordazó. La policía, por su parte, siempre sospechó que en realidad entraron dos delincuentes en la casa (uno solo habría tenido serias dificultades para moverlo, ya que el industrial era una persona corpulenta) y que un tercero esperó a pie de calle, pero este extremo nunca se pudo confirmar.

Sea como fuerte, el único implicado confeso se dedicó a registrar el piso, en busca de una caja fuerte que sabía que el anciano guardaba. El armatoste, con todo, no estaba empotrado en una pared, sino que se encontraba debajo de la cama, muy cerca de donde fue sentado y atado Estarellas. Tras un minucioso registro, el ladrón la encontró. Era una caja de dimensiones contenidas y para sacarla a la calle ideó un ardid: no era viable bajarla a peso, en un tramo repleto de policías, así que la metió dentro de una maleta de piel y echó andar, disimulando. Como si tal cosa. La estrategia fue un éxito. El asesino, además, se llevó un llavero que llevaba en el bolsillo la víctima, pero se equivocó y no se trataba de la llave que abría la caja.

La caja fuerte que se llevaron de la casa de Pedro Estarellas.

Según confesó después José María Cervelló, pasó horas golpeándola con un punzón, en su parte superior izquierda, hasta que consiguió abrir un agujero de unos diez centímetros, por el que accedió al contenido. Dentro había cuatro millones de pesetas de la época y dos millones de dólares. Luego, metió la caja en su coche y la trasladó hasta Portals Nous, donde la arrojó al mar cerca del puerto, en una zona poco profunda de unos dos metros. Cuando fue arrestado, el propio Cervelló facilitó la ubicación exacta y la Policía Nacional pudo localizar la caja que, en efecto, había sido reventada.

Uno de los detenidos, en la rampa del garaje de la Policía Nacional, enfrente de donde se cometió el crimen.

La investigación del Grupo de Homicidios fue exhaustiva y la Policía Científica examinó de forma minuciosa el piso de Estarellas, en busca de alguna huella del ladrón o los ladrones. Al final, saltó la pista clave y los agentes detuvieron a tres hombres: el citado Cervelló, y a Sebastián B. y Pedro P. Entre ellos se cruzaron acusaciones y también fueron arrestadas dos mujeres vinculadas con ellos, que luego quedaron en libertad. El juez, tras largas deliberaciones, encarceló a Cervelló, pero años después, en el banquillo de los acusados, fueron sentados los tres varones, ante un jurado popular.

De los tres acusados del crimen, solo uno de ellos fue hallado culpable y condenado.

En diciembre de 2002, bajo una gran expectación mediática, comenzó el juicio por el crimen del industrial. El testimonio de los inspectores de la Policía Científica fue muy contundente: en el escenario del crimen tan sólo se detectaron huellas de Cervelló, pero el asesinato no lo cometió sólo él, sino que contó con otra colaboración. La teoría policial era que la víctima pesaba más que Cervelló y que, según las pruebas, el hombre fue trasladado en volandas hasta el lugar donde después apareció muerto, tras ser atado y amordazado. Esta situación motivó que el abogado que representa a la familia Estarellas acusara a Sebastián B. de ser el autor material, junto a Cervelló, del asesinato del empresario.

El fiscal, sin embargo, mantuvo la misma petición inicial, y sólo acusó de asesinato a Cervelló, mientras que a Sebastián le imputaron un delito de robo con violencia y solicitaban una condena de cinco años de prisión para él. Por su parte, a Pedro P. le pedían nueve años de prisión por robo y encubrimiento. El 13 de diciembre de 2002, a las once de la noche, se conoció el veredicto del jurado popular. Por unanimidad, absolvieron a Sebastián B. y Pedro P., que habían mantenido desde el principio que no tenían ninguna relación con el crimen del empresario. El jurado, en cambio, por siete votos a favor y dos en contra, declaró culpable a José María Cervelló, el único de los tres acusados que reconoció que había matado al empresario para robarle en su domicilio. Pero no del delito de asesinato que le imputaba el fiscal y el abogado que representaba a la familia de la víctima, sino sólo por homicidio. También le declaró culpable del robo. En total, le cayeron doce años por el crimen y cuatro por el robo. A la policía nunca le cuadró aquella condena. Los investigadores siguen convencidos que Cervelló, aquella noche de sangre y muerte, no actuó solo.