Fabrizio Menegoli, de 32 años, fue condenado por el crimen, pero siempre sostuvo su inocencia.

TW
5

En las navidades de 1997 un terrible crimen estremeció Palma: una mujer enferma y de edad, llamada Josefa Orta, apareció asesinada en su piso de la barriada de Es Fortí. Su muerte había sido agónica, porque el ladrón la dejó atada de pies y manos, con un pañuelo en la boca, y un cojín sobre la cabeza, que la asfixiaba poco a poco. Un camarero italiano que se había granjeado su amistad fue detenido por el crimen, pero siempre negó los cargos. Incluso cuando fue condenado a 15 años de cárcel continuó clamando por su inocencia. Esta es la crónica de un espeluznante crimen que tuvo en jaque a la policía y causó una honda psicosis en Palma.

Josefa Orta tenía 65 años de edad y su salud estaba muy minada, debido, entre otras complicaciones, a sus problemas con el alcohol. Vivía sola en un segundo piso de la calle Pascual Ribot, en la barriada palmesana de Es Fortí. Era extremadamente desconfiada y no abría la puerta de su casa a nadie, a veces ni siquiera a sus familiares. Su único entretenimiento era bajar a un bar próximo a la torre de Mallorca, donde desayunaba siempre de un bocadillo. El destino quiso que allí conociera a Fabrizio Menegoli, un simpático italiano de 32 años, que enseguida se ganó la confianza de la sexagenaria enferma. Le hacía un caso exagerado y bromeaba con ella. La mallorquina, sin embargo, no sabía que se trataba de un toxicómano problemático, que trabajaba por horas en el local y llevaba una mala vida.

El juicio contra el acusado italiano se celebró en mayo de 1999 y fue hallado culpable.

En las navidades de 1997, en una fecha indeterminada entre el 24 y el 26, Josefa Orta abrió la puerta a su amigo Fabrizio Menegoli, que presumiblemente la engatusó para entrar en la casa. Se sentó en el sofá, fatigada, y fue entonces cuando el joven se abalanzó sobre ella y la redujo. Con violencia, la ató de pies y manos con unos cables que arrancó y le colocó un pañuelo en la boca, para que no pudiera gritar. Después la giró y le colocó un cojín sobre la cabeza, que poco a poco fue asfixiando a la señora. Mientras, el delincuente se dedicaba a registrar toda la casa, donde encontró joyas valiosas. Los investigadores creen que la agonía de Josefa pudo durar varias horas.

El día 29 sus familiares descubrieron el cadáver y el Grupo de Homicidios de la Policía Nacional buscó al homicida, que había huido. Aún no se sabía quién era el asesino, pero los datos aportados por un oficial de policía llamado Miguel Titos, apodado 'el katareca' por su gran corpulencia física, fueron determinantes. El agente tenía grandes contactos en el barrio chino de Palma y le llegó el soplo de que un toxicómano italiano llamado Fabrizio Menegoli estaba vendiendo joyas robadas, que podían ser de Josefa, como luego se confirmó. Cuando fue detenido, el camarero llevaba encima 70.000 pesetas fruto probablemente de la venta de esas alhajas.

Sostuvo en todo momento que nunca había estado en la casa de Josefa, pero la Policía Científica, que había inspeccionado a fondo el piso de Pascual Ribot, descubrió hasta siete huellas suyas en cajones de ese domicilio. El abogado defensor, Miguel Ill, pidió su puesta en libertad, pero las pruebas eran clamorosas y la jueza Magdalena Ferreté ordenó su ingreso en prisión, a la espera de juicio. Cuando estaba en los pasillos de los juzgados, el homicida -custodiado por la policía- se cruzó con la hija de Josefa, que le increpó: «Mírame bien a los ojos, que has matado a mi madre».

En mayo de 1999 un jurado popular juzgó al acusado, en la Audiencia de Palma. Pese al tiempo transcurrido, el camarero italiano seguía sosteniendo su inocencia. Pedían para él 18 años de cárcel, y tras algunas controversias porque la versión de un familiar no cuadraba con la que daban otros, el jurado emitió un veredicto de culpabilidad contra Fabrizio Menegoli. Era culpable del crimen y del robo en la casa de la señora enferma y después el Tribunal Superior de Justicia de Balears (TSJB) confirmó la pena de 15 años de cárcel para él. El camarero heroinómano, con todo, nunca cambió su versión: «Yo no maté a Josefa. El asesino o asesina está libre, en la calle».