Los investigadores de la Policía Judicial de la Guardia Civil junto al pozo de la finca de Capdepera donde en el año 2000 se hallaron los restos del empresario asesinado.

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Emparedado entre toneladas de cemento, cubierto por cal viva y arrojado al fondo del pozo de una emblemática finca de Mallorca, durante cinco años. Así fue el dramático final del empresario alemán Günter Ulrich Schneider, un millonario alemán venido a menos que fue asesinado por su socio, al que había traicionado en la compra de ses Set Cases, en Capdepera. Esta es la crónica de un crimen cometido en 1995 y que no fue esclarecido por la Guardia Civil hasta el año 2000, cuando tras una exhaustiva investigación se hallaron los restos mortales de la víctima en un aljibe.

Günter, de 50 años, poseía numerosos negocios en Alemania y viajaba con frecuencia a Mallorca, donde vivía su hermana. En 1994 se asoció con el español Juan Chanfreut para un ambicioso proyecto: la compra de la espectacular finca de ses Set Cases, del siglo XV, y que querían convertir en un agroturismo de lujo. Ambos cerraron la compra millonaria y cuando debían aportar las cantidades pactadas el alemán dio marcha atrás y su socio quedó en la ruina. Nunca se lo perdonó. Se habían conocido a finales de la década de los 80, cuando Günter creó la sociedad Consulting S.L., con sede en Leipzig, que se dedicaba a la restauración de casas antiguas. La vida del supuesto magnate germano, no era, ni mucho menos, tan idílica como la pintaba. De hecho había sido denunciado por un desfalco y durante un tiempo la Interpol lo buscó, aunque no dio con él.

A finales de enero del año 2000 se descubrió el cadáver en el pozo de la finca.

En 1995 ambos compartían domicilio en Cala Rajada. Juan, de 45 años, su esposa italiana Antonia C., de 44, y su hijo vivían en la planta baja y el empresario, en el piso superior. La relación entre las dos familias era muy tensa y se agravó cuando un constructor griego que había efectuado trabajos en la finca de Capdepera con una cuadrilla de obreros ilegales (rusos, yugoslavos y portugueses) quisieron cobrar y se encontraron con que Juan estaba en la bancarrota por culpa de Günter. Se llevó a cabo una reunión en Barcelona entre los dos socios y el alemán llegó en un vuelo de Luftthansa procedente de Leipzig. Iba acompañado de Wanda, una búlgara que vivía en Viena y que estaba casada. El español iba con su esposa italiana. En el encuentro, el millonario les mostró un maletín con 300.000 marcos alemanes, toda una fortuna para la época, y aseguró que arreglaría los pagos pendientes con los obreros. Sin embargo, la cuadrilla parece ser que nunca vio ese dinero.

Los investigadores retiran los resto mortales de Günter Ulrich Schneider.

Poco antes de Navidad -el asesino confeso nunca pudo recordar con exactitud la fecha- la situación era límite y el español consumó la venganza que llevaba tanto tiempo esperando: lo atacó con un bate de béisbol en su casa de Cala Rajada y le colocó una bolsa en la cabeza, para rematarlo. Lo que no sabía es que Günter ya no era millonario y que sus negocios estaban en la ruina. No podía pagarle lo que le debía por el fracaso de la compra de la finca, porque en realidad estaba arruinado. Enloquecido, Juan lo mató a golpes y escondió el cadáver en el maletero del lujoso BMW de su socio. Era su administrador, y estaba acostumbrado a pilotar aquel potente vehículo con matrícula de Düsseldorf.

Las dos familias vivían en este chalet de Cala Rajada.

De noche, circuló hasta la finca de ses Set Cases y -posiblemente con ayuda, aunque este extremo no se pudo concretar- arrojó el cadáver al fondo de un pozo. Después arrojaron toneladas de cemento, por lo que el cuerpo quedó emparedado. También lo cubrieron con sal viva, para acelerar la descomposición del cuerpo y borrar huellas. Luego, con el tiempo, fueron tirando escombros de obra, por lo que los restos de Günter quedaron sepultados en un sarcófago de cemento, tierra y piedras. La familia del empresario denunció su misteriosa desaparición, pero durante años no se tuvieron indicios de qué podía haberle pasado. Su paradero era un enigma, pero nadie podía descartar que la espantada estuviera relacionada con algún negocio turbio.

El acusado Juan Chanfreut y su pareja, a su llegada a Palma tras su detención en Granada.

A finales de enero del año 2000, la Policía Judicial de la Guardia Civil dio con la pista definitiva. Los investigadores, que nunca habían abandonado la búsqueda, descubrieron que un pozo de la finca de ses Set Cases había sido cubierto por cemento y escombros poco después de la misteriosa desaparición del empresario y decidieron registrar el aljibe. Se lo jugaban todo a una carta. Con maquinaria pesada cedida por el ayuntamiento de Capdepera comenzaron a picar los metros de capa que había, pero los trabajos eran muy complejos y lentos, y en un momento dado un sargento al mando (ahora brigada) decidió parar: «No vamos a encontrar nada, lo dejamos». Sin embargo, un cabo le convenció: «Podríamos seguir un poco más». La excavadora volvió a triturar el cemento, con estruendo, y, de repente, asomó un calcetín: «¡Parad, parad!». Era el cuerpo de Günter, emparedado durante cinco años en aquella tumba secreta.

El forense Javier Alarcón confirmó que tenía el cráneo destrozado, por los golpes con el bate de béisbol, y los acontecimientos se precipitaron: Juan Chanfreut y su mujer vivían por aquel entonces en Granada, y fueron detenidos poco después. El administrador de Günter acabó confesando el crimen, pero exculpó a su esposa. No implicó a nadie más. Ambos fueron trasladados a la Isla y él ingresó poco después en prisión. En 2002 llegó a un pacto con la fiscal Pilar Dorrego y la jueza Cristina Pancorbo lo condenó a cinco años y once meses de cárcel por homicidio. No por asesinato. Además, le aplicó el atenuante de confesión. Un calcetín que asomaba entre el cemento picado acabó delatando al socio arruinado.