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-¡Yo podría haber sido un gran campeón de boxeo!. Me llamaban ‘Fermín Herrera, el pequeño ciclón’. Un anciano apostado en la puerta de la farmacia Gaspar Real Vicens, en la calle Aragón de Palma, recordaba su pasado, bajo la llovizna, la tarde del pasado miércoles 7 de diciembre. Fermín Herrera nació en Madrid hace 90 años.

Abrigado, cubierto por una mascarilla blanca, hace cerca de un año que pide limosna, de pie, en la entrada del establecimiento. Va cada tarde, unas tres horas, «hasta que el cuerpo aguante», dice sin soltar de la mano izquierda un pequeño vaso de cartón para café donde acumula unas pocas monedas. La otra mano la utiliza para apoyarse sobre un viejo bastón de color rojo.

El cuerpo, a su edad, no aguanta mucho. Fermín tiene graves problemas de salud: una prótesis en la pierna izquierda, pérdida de visión, tiroides, principios de cirrosis, un tumor maligno en la próstata… «Me duele todo», asegura tras enumerar sus dolencias y señalar su zapato izquierdo, sin abrochar y con la lengüeta por fuera. «Me cortaron un nervio y tengo el pie dormido. La pierna me duele y se me encoge, yo que sé».

«¿Cuántos días, semanas, meses estuvo allí pidiendo limosna hasta que yo me fijé?», se preguntó Álex Fierro, un restaurador de antigüedades que se interesó por la situación de Fermín. «Hablando con él se puso a llorar y yo casi. Le di cariño y ánimo. Fue un momento muy jodido, sentía rabia e impotencia, no podía hacer nada más. No quiero pensar mal, no soy de esos, pero nadie tuvo el detalle de acercarle una silla», publicó Álex en Instagram. El restaurador, un día que fue a la farmacia a comprar un medicamento, empezó a hablar con Fermín y tras escuchar su historia le prometió que le regalaría una silla plegable para que no pasara tanto tiempo de pie y al cabo de unos días se la llevó.

Fermín agradece el gesto de Álex, pero la silla, explica, le pesa mucho y pidió a los propietarios de un comercio de la calle Aragón que se la guardaran. El 24 horas Wey, un pequeño supermercado, está regentado por María Ángeles Ferrer y su pareja, Federico Cerro. «Lo conocemos como el abuelo». No sabían que se llamaba Fermín hasta el pasado miércoles por la tarde. «Viene casi cada día desde que abrimos hace un mes y pico», comenta la mujer junto a su hijo pequeño, José Ángel Rodríguez. «El día que no viene me preocupo», asegura.

Fermín les compra alguna que otra barra de pan, botellas de agua o leche. «Le cobramos un precio simbólico. Un día vino con una silla plegable que le habían regalado, pero dijo que le pesaba mucho y nosotros le dimos otra más pequeña y ligera». La pareja intenta ayudarle cuando va y algunos días le dan algo de comer. «Mi mujer le hace pan pizza o bocadillos. Y si tenemos napolitanas de jamón york y queso o cruasanes también le damos. Es un hombre entrañable, le miras a los ojos y ves bondad, nos remueve el sentimiento», señala Federico.

María Ángeles, que hace 35 años limpiaba las oficinas de Última Hora, se emociona cuando habla de Fermín: «Yo tengo a toda mi familia muerta. Me he fijado que cuando pasa por aquí va muy despacio y se agarra siempre en el árbol. Me da miedo que algún día se tropiece. Cada día hace la misma ruta, se agarra al tronco antes de entrar». La pareja le ha invitado a cenar a su casa por Nochebuena, pero el hombre les respondió que dependía de lo que dijera su hija, una mujer de 50 años que vive con él, pero no trabaja.

«Ha terminado de estudiar la carrera de Enfermería y ahora hace las prácticas», dice Fermín. «Está de aprendizaje, le enseñan a poner inyecciones y a atender a los enfermos. En cuanto empiece a trabajar yo me voy de aquí», asegura. «Solo con venir de mi casa aquí ya me he pegado tres golpes por la calle porque las aceras están mal. Y eso que voy con cuidado».

El hombre cobra una pensión de 700 euros al mes, pero dice que no le dan para vivir. «La vida se ha puesto horrible, todo está muy caro. Un día que no tenía comida en casa bajé a comer un menú a un restaurante y me dieron una paella que era para tirarla», recuerda indignado. «Y después me pedí una hamburguesa que estaba medio seca. Me cobraron 13 euros y pico...¡Ala hombre y yo pidiendo limosna como un desgraciado! Te dan mala comida y te cobran caro».

Fermín ha trabajado toda la vida, desde los 7 años, según cuenta. «Recogía colillas del suelo, las deshacía y hacía paquetes para venderlos en Cuatro Caminos, Madrid, por tres o cuatro pesetas. Aquello olía a colilla que apestaba. Desde joven he trabajado mucho». El anciano espera dejar de pedir limosna cuando su hija empiece a trabajar de enfermera. «Ahora vengo a la farmacia a pedir, pero antes iba a una frutería de la calle Manacor. Como ando con más dolores me quedo aquí, más cerca de mi casa. Y vengo porque viene gente a la farmacia de guardia...porque si no na’…

- ¿Por qué decidió pedir limosna?

- Porque no tengo para vivir, con lo que cobro no tengo para mí y para mi hija, para pagar la luz, la comunidad… Todo está carísimo y ahora como porque la Cruz Roja me trae comida, que la paga mi hijo que vive en Madrid, pero la mayoría de los días no vale pa na’.

La hija de Fermín también le dio un pequeño banco de plástico que pesa poco. No quería que su padre estuviera de pie tantas horas cada día. «No lo traigo porque cuando estoy muy cansado me voy. Yo aguanto aquí de pie, aunque me duele mucho, porque soy muy burro también».

El anciano cuenta que llegó a Mallorca en los años 50 como comercial de Radio Madrid para trabajar en Radio Mallorca. Terminó la campaña y empezó a encadenar empleos en la hostelería. «Fui camarero en el hotel Bahía Palace, en el Fénix, en el hotel Olimpo de s’Arenal, en el hotel Gala de Can Pastilla…»

«Yo tendría que haber sido un gran campeón de boxeo, pero grande», suelta de forma espontánea Fermín, que competía en la categoría del peso ligero. «Boxeé en Alcalá de Heneres, en el Circo Price y en la sala de fiestas de Salamanca. También boxeé aquí, en Mallorca. Las malas amistades le alejaron de los cuadriláteros. «Me daban la grifa [hachís] de esa para fumar, que es muy malo, y un día que tenía combate me ofrecieron. Yo creo que lo hicieron aposta. Entre la grifa, que te pega en la cabeza, y el beber… pues perdí a los puntos. Y eso que era un contrario al que le podría haber pegado con una mano en la espalda». El anciano comenta que hizo cerca de 15 combates. «Aquí peleé contra el entonces campeón de España, Pedro Mora, y le tiré dos veces pero se lo dieron a él».

No guarda ninguna fotografía de aquellos años porque las perdió durante una reforma. «Me tiraron todo». En Madrid entrenaba con Juanito y Jorge Moreno. «Decían que poseía todas las cualidades que requiere tener un buen boxeador, era temperamental y bravo, las características de un campeón». A Fermín le gustaba Joe Louis, el bombardero de Detroit, cuyo reinado en los pesos pesados se prolongó durante 12 años consecutivos.

-¿Y dónde estaría usted si hubiera sido campeón de boxeo?

-Pues no se sabe. A mí me gustaba mucho, mucho, mucho este deporte. Vivía por el boxeo. Me levantaba a las cuatro de la mañana y hacía unos cuantos kilómetros. Después me iba a trabajar a tres sitios. A un puesto de verduras, que era horrible, y a una carnicería. En los ratos libres descargaba camiones de patatas. Por un camión de 20.000 kilos me daban 300 pesetas, que es lo que ganaba cuando empecé a trabajar: 300 pesetas al mes.

Fermín, el pequeño ciclón, como lo apodaron cuando boxeaba o el abuelo, como lo conocen en el comercio 24 horas Wey, con silla o sin, a sus 90 años y aquejado de un sinfín de dolencias, seguirá pidiendo limosna hasta que su hija empiece a trabajar. «Será dentro de poco, si Dios quiere».