Antonio Polo, en la Comandancia de la Guardia Civil de Palma, el lunes pasado antes de la entrevista. | Guillermo Esteban

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Antonio Polo (Doña Mencía, Córdoba, 1955) observa la entrada de la Comandancia de la Guardia Civil de Palma mientras apura las últimas caladas de un cigarro. Viste chaleco granate y una camisa azul arremangada que deja entrever dos tatuajes añejos que se hizo en la academia. Polo pertenecía a una especie de guardias civiles en peligro de extinción. «Me han jubilado, yo no me quería ir», dice resignado, el pasado lunes, tras 44 años dedicados al Cuerpo. El 12 de enero fue su último día.

¿Por qué se hizo guardia civil ?
— Éramos seis hermanos y el mayor era guardia civil. A los once dejé el colegio porque mi padre era ganadero y me dediqué a cuidar cabras y vacas. A los 16 emigré a Suiza para construir carreteras y luego vine a Mallorca a trabajar en montaje eléctrico. Conocí a mi mujer y me hice guardia civil.

¿Dónde lo destinaron?
— Estuve dos años en Barcelona y otros dos en Eivissa, donde hice el curso de guía de perros antidroga y vine destinado a Mallorca hasta el 27 de febrero del 81, que me fui voluntario al País Vasco.

¿No le dio miedo? ETA estaba en activo.
— No. A mí nunca me ha gustado tener el arma encima y me he llevado muchas broncas por eso. El año que estuve allí no la llevé nunca. Hubo varios atentados cerca de nosotros, pero no sufrimos ninguno.

No es habitual ver a un guardia civil sin arma.
— No, pero siempre he sido un poco atípico en ese aspecto.

¿Qué significa ser atípico?
— No sé… [se emociona]. He llevado siempre esto [muestra un collar dorado con el símbolo de la paz], lo tengo tatuado y siempre me he sentido diferente.

Hay veces que no se puede ser muy pacífico...
— No, evidentemente, pero después la gente, aunque la detengas, es agradecida y si la tratas bien te corresponde con el tiempo. Nunca he negado un bocadillo ni un cigarro a un detenido.

¿Empatizaba con ellos?
— La verdad es que sí. Me he tomado copas con gente que ha salido del calabozo o del juzgado. Con muchísimos detenidos. El año pasado estuve viendo a El Barrio y me encontré a un chaval que no reconocí pero me dijo: ‘Tu eres Polo’. A ese chico lo detuve varias veces hace 30 años por tráfico de heroína. Vino con su mujer, me dio un abrazo y al final nos pusimos los dos a llorar.

¿Se ha hecho amigo de detenidos?
— Sí, he tenido buenísimos amigos a los que he detenido. En Manacor había uno que tenía un bar y lo cogimos porque le mandaban cocaína desde Sudamérica. Les daba droga a los caballos poco antes de la carrera y, claro, no corrían.

¿Recuerda con cariño alguna operación en concreto?
— Volví a la Policía Judicial porque me llamaron el sargento Juan Carlos Rubert, el cabo Fernando de Miguel y el coronel Jaume Barceló por la ‘operación Iron Belt’.

Destronaron a ‘La Eva’.
— ’La Eva’ se largó cuando registramos Son Banya. Al final, la detuvimos en Hellín. El jefe nos dijo que la fuéramos a buscar y que no volviéramos sin ella. Detenerla ya era una cuestión de amor propio.

¿Cuál ha sido su mayor logro?
— La cantidad de amigos que dejo.

¿Y su peor momento?
— El año pasado… [Llora].

¿Por qué?
— Me detectaron cáncer de próstata y estuve 25 días de baja. Me operaron y bien, pero fue jodido. Se me han escapado algunos delincuentes, es normal, bueno, no lo sé. Al que se le escapa uno es al que va a detenerlo, al que está en la cama no se le escapa. Prefiero que se escape antes que pegarle un tiro. En varias ocasiones he pegado tiros al aire, pero nunca he disparado a una persona.

¿Qué le ha aportado la Guardia Civil?
— Es mi vida. No imagino mi vida sin ella. A veces, incluso, he cometido la torpeza de poner a la Guardia Civil por delante de mi familia, cosa que ahora no haría.