Bruno, que prefiere no revelar su identidad, ha encontrado su camino gracias a la labor de los trabajadores del centro penitenciario de Palma . | Alejandro Sepúlveda

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Entró en la prisión de Palma el viernes 17 de noviembre de 2017. Bruno (nombre ficticio) fue condenado por agredir a su ex compañero sentimental y quebrantar una orden de alejamiento. Se presentó en el centro penitenciario a las cinco y media de la tarde, sin dormir ni ducharse. Aquella noche había consumido cocaína y otras drogas que tomaba a menudo con los clientes que le pagaban a cambio de sexo.

Permaneció en ingresos viernes, sábado y domingo hasta que le asignaron el módulo 10. «Estaba asustado y lo primero que escuché fue a un chico que dijo: ‘Carne fresca’». Bruno empezó a llorar. «En prisión, con los funcionarios fue súper bien, pero con los chicos no».

¿Por qué?

«Porque yo soy homosexual y eran violentos conmigo, sobre todo los musulmanes. Un día bajaba a desayunar y escuché a un árabe que decía que en su país a los maricones los matan».

El día a día de Bruno, de 23 años, era «espantoso, horroroso» en ese módulo de menores de 25 años. El joven recuerda algunas injusticias a lo largo del mes que estuvo allí. «Era una selva. Son lo peor que me ha podido pasar en la vida. Me robaron todo, hasta la tarjeta del economato. Me llamaban cada día ‘maricón’ y yo les decía que era persona, igual que ellos, y que no me pusieran una etiqueta. Estaban siempre a la defensiva y eso les sentaba mal, lo único que querían era reventarme la boca. Los internos me decían que si me chivaba me matarían, en el gimnasio o en los baños. Cuatro musulmanes se metieron en mi celda a pegarme con una manta para no dejar moratones. Al día siguiente, estaba jugando al parchís y uno de los chicos me dijo: ‘Oye, tú, maricón de mierda, levántate’. Uno me agarraba y el otro me pegaba».

Salvación

Bruno estuvo un día y medio en aislamiento hasta que recaló en el módulo 13. Su salvación. «Los funcionarios me apoyaron muchísimo. La prisión me ha servido para encontrarme a mí mismo. Tenía una vida de mierda, de prostitución, de drogas y personas que me llevaban por un mal camino. La cárcel me salvó, yo habría terminado con VIH o muerto por sobredosis».

Atrás deja una relación tóxica con su expareja, que le introdujo en la prostitución. Lejos queda ya una infancia dura en la que su padre maltrataba a su madre, a su hermano y a él hasta que le echó de casa por su condición de homosexual.