Amigos, familiares y allegados de la víctima piden ayuda al pueblo mallorquín para conseguir repatriar el cuerpo de Soledad. | Alejandro Sepúlveda

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«Moustafa vivía obsesionado por Soledad hasta límites insospechados. Era tal el acoso que recibido que ella decidió darle un ultimátum de 15 días para que abandonara la casa. Nunca pensamos que esto podría acabar así», afirma María, amiga personal de la fallecida.

Pasaban unos minutos de las diez de la mañana de ayer cuando, un grupo de amigos, compañeros de piso y allegados de la víctima nos abrían las puertas de la vivienda donde se produjeron los hechos. Nada más entrar, en la sala de estar nos encontramos un pequeño altar.

«Es un pequeño detalle muy típico en Bolivia. Dos velas, un trozo de coca boliviana y una copa de vino en torno a una fotografía de nuestra compatriota fallecida», añade uno de los allegados.

Empleada del hogar

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Según los amigos de la víctima, Soledad era una mujer muy trabajadora que se ganaba la vida como empleada del hogar. «Gran parte del dinero que ganaba lo enviaba a Bolivia donde residen su marido y sus tres hijos, todos ellos menores de edad. Hace unos años Moustafa y Soledad iniciaron una relación, pero la misma finalizó hace unos meses. Lo que está muy claro es que Moustafa no lo asimiló y se obsesionó con ella, incluso llegando a perseguirla por la calle y ejerciendo un acoso muy fuerte», añade otra allegada de la fallecida.

El autor confeso del crimen vivía como inquilino en el mismo piso de la víctima. Compartían vivienda -en el segundo B del número 28 de la calle Aragón de Palma- junto a tres personas más, pero tanto Soledad como Moustafa vivían en habitaciones separadas.

Hora del crimen

«El asesinato se produjo en torno a las dos de la tarde. En ese instante en una de las habitaciones había otra compañera de piso, pero se trata de una mujer de avanzada edad que además está muy enferma y no se enteró de nada. Soledad llevaba unos siete años viviendo en España, siempre en Mallorca. Somos gente muy humilde y trabajadora. Nunca nos metemos con nadie y, en principio, el marroquí nos pareció una persona muy tranquila y pacífica. Era albañil y, a pesar de que llevaba una temporada en paro, nunca dejó de pagar el alquiler de la habitación ni tuvo problemas económicos», concluye María, otra de las amigas de la víctima, entre lágrimas y completamente rota de dolor.

La comunidad boliviana ha puesto en marcha una campaña de recogida de dinero para repatriar el cuerpo.