Un guardia civil reprende a un joven tras los incidentes producidos a la salida del reo. A la derecha un hombre grita a Abarca. | Alejandro Sepúlveda

TW
0

Minutos antes de que Alejandro de Abarca saliera de los juzgados de Inca para ir a la cárcel, frente a la sede judicial una niña de apenas tres años gritaba: «¡Asesino, sal ya!». Junto a ella, decenas de personas esperaban al asesino confeso. A la salida, gritos de todo tipo, amenazas y momentos de cierta tensión cuando varias latas de refresco golpearon al vehículo de la Guardia Civil que le llevaba a prisión. La situación casi calcada se había producido unas horas antes, cuando una comisión judicial fue con Abarca a revisar varios escenarios del crimen y un individuo fue reducido tras dar una patada al mismo coche.

Pese a estos incidentes, la jornada transcurrió en una especie de indignación festiva: señoras con pamela sentadas en la plaza mirando a los juzgados, madres que hacían pasar a sus hijos a primera fila para que vieran al asesino y gente que paseaba al perro o que veía el dispositivo desde la terraza de un bar.

De Abarca llegó al juzgado a las diez menos cuarto de la mañana. Tras un instante de dudas salió del vehículo casi abrazado a un guardia civil, con la cara tapada por la camiseta, unas zapatillas de andar por casa verde pistacho y esposado. Entre el público, algunos mostraban la sorpresa por su tamaño y porque está fornido. En las ventanas de los juzgados de Inca, a cuyo interior no se permite el acceso de ningún periodista, una decena de funcionarios curioseaba por la ventana la llegada del detenido mientras apuraban un café.

Tras él agentes de la Policía Judicial de la Guardia Civil visiblemente satisfechos: «Le traemos convicto y confeso», contaba un mando. Además de Abarca, otro que no sonreía era el abogado de oficio al que le ha caído el marrón de defenderle. Sí iba contento el fiscal jefe, Bartomeu Barceló que, de forma extraordinaria se encargó del trámite de toma de declaración por parte del Ministerio Público.

El mayor despliegue de seguridad en el traslado de un preso en Inca, con una veintena de guardias civiles en la puerta, la calle cortada por la Policía Local y controles en los accesos a la localidad, atrajo al final a más gente que el concierto que una cadena musical celebraba justo al lado. Mientras Abarca salía, medio centenar de personas se movían ante el escenario. Al otro lado, el criminal acaparaba la atención. Cerca de las nueve de la noche, Abarca salió para la cárcel. Estrella siniestra por un día.