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JAVIER JIMÉNEZ Amanece frío y ventoso en Son Gibert. En cada esquina, en cada portal hay adolescentes deambulando, pensativos y llorosos. Unos se abrazan, otros rompen en llantos. Los periódicos de la mañana traen la noticia de su amigo Eusebio asesinado. Y algunos aún ni se lo creen.

«Comprendemos vuestro trabajo, pero qué queréis que os contemos. Estamos hechos polvo, basta echar un vistazo por aquí», esboza un menor enfundado en ropa deportiva, tocado con una gorra. A su lado, una amiga de Eusebio se muestra más explícita: «Algunos se han enterado por la mañana y otros ya lo sabíamos de ayer por la noche, porque vino por aquí mucha policía. Muy pocos han podido dormir. Todo esto es una mierda, no hay derecho».

A Eusebio muchos lo recuerdan escuchando música con su mp3 o jugando a fútbol sala en el equipo de Juan de Àvila. «Jugaba de cierre y se le daba bien. Era un buen chaval, que gastaba bromas y estaba con sus compañeros de equipo», recuerda Miki, su entrenador. Su último partido lo jugó el sábado en el polígono de Levante. Su familia residía antes en otra barriada palmesana y hace unos años se mudaron a un quinto piso de la calle Eucaliptus. «Era un chico fuerte, de complexión robusta y más bien alto para su edad. Se le notaba que venía de otro ambiente y le costaba un poco integrarse», opinó una vecina de mediana edad.

La policía temía un estallido de violencia juvenil y durante todo el día patrullaron agentes del CNP y del 092 por Son Gibert, discretamente. Por la tarde, los funcionarios se desplegaron en el instituto Politécnico de la calle Menorca, en la esquina con el Paseo Mallorca. Algunos de los implicados en la pelea del domingo en la calle Blanquerna frecuentan el centro y los policías se apostaron en la entrada para que no hubiera enfrentamientos entre miembros de bandas rivales.