Karim Saadi, de 32 años, lleva cuatro años residiendo en Mallorca. Foto: VASIL VASILEV

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Localizar al héroe de la calle Juan Mestre no ha sido fácil. Es esquivo, quizás porque reside ilegalmente en Palma, después de que su permiso de residencia caducara y no se lo renovaran. Se llama Karim Saadi, nació en Argelia hace 32 años, y su vida en Mallorca no ha sido precisamente un camino de rosas. El viernes, involuntariamente, se convirtió en el protagonista de un incendio junto a la Mezquita palmesana. Un piso ardía y su moradora dormía en el interior, ajena a todo. Karim tiró la puerta abajo, entró y rescató a la mujer. Todo en un minuto. Cuando llegó la Policía él se esfumó, temeroso. Ayer Ultima Hora contactó con él y conoció su historia. La historia de un 'sin papeles'.

«Vivo solo en Mallorca, porque toda mi familia está en Argelia. La vida de un inmigrante es muy dura, sobre todo si no te han renovado los papeles y no puedes salir nunca para ver a tu familia», expone. El joven llegó a la isla hace cuatro años, pero llevaba quince residiendo en España. No es ningún santo, pero tampoco un delincuente.

Una pelea, según su versión, le costó que no le renovaran su tarjeta de residente y que, en consecuencia, quedara fuera de la legalidad. «Preferí quedarme, porque en mi país las cosas no van bien. Pero añoro mucho a mi familia y a mis diez hermanos», reconoce. Vive en una travesía de la calle Manacor y ha trabajado en distintos lugares, con sueldos míseros. «He fregado platos en restaurantes y he tenido distintos trabajos. Ahora colaboro en un bar, lo abro algunas mañanas y ayudo a limpiar». El viernes por la mañana, a eso de las 9.55 horas, Karim se encontraba junto a una peluquería marroquí de la calle Juan Mestre, fumando y charlando con otros magrebíes. De repente reparó en unas llamaradas que salían de un segundo piso, en el edificio rotulado con el número 14. «Parecían artificiales, falsas. De esas llamas que hay en algunas chimeneas para decorar», comenta. Pero no lo eran. Muy al contrario, se trataba de un fuego que se estaba propagando por todo el comedor, a un velocidad inquietante. Karim y algunos amigos acudieron a esa finca y el argelino comenzó a aporrear los timbres del portero automático, para avisar a los vecinos. A continuación se dirigió a un local próximo, y avisó del incendio. Los encargados del negocio llamaron a la Policía y en ese momento, cuando parecía que Karim había cumplido con su deber cívico, una vecina salió a la calle muy nerviosa: «La mujer sigue dentro de la casa, estoy segura de que no ha salido», gritó. El argelino subió los dos pisos y pateó la puerta principal, hasta forzarla. Luego entró en la casa, con los ojos enrojecidos por el humo y sin apenas poder respirar. Aguantó un momento, y salió porque se asfixiaba. «Está dentro», le insistió la vecina y Karim le pidió que le describiera la casa, para saber dónde estaba el dormitorio de la mujer. Se colocó la camiseta a modo de máscara y tomó aire. Volvió al infierno en llamas y se dirigió al cuarto de la moradora. La localizó en el suelo, junto a su cama, semiinconsciente. «La cogí en brazos y como pude la saqué del piso», relata. Luego llegaron los bomberos y varias patrullas de la Policía Local y el Cuerpo Nacional de Policía, y Karim se esfumó, discretamente. No quería problemas por su condición de 'sin papeles'.

«Lo que hice no fue para tanto; creo que cualquier persona que hubiera sabido que había una mujer durmiendo mientras su casa se quemaba hubiera hecho lo mismo que yo», opina. Karim, ya más tranquilo, no quiere reconocimientos, sólo un deseo: «Me gustaría que las autoridades me devolvieran mis papeles para poder viajar a Argelia y ver a mi familia. Sólo eso».