Manolo, a la izquierda, junto a su abogado, Julián Montada, tras salir de la cárcel de Palma en su primer permiso carcelario. Foto: JAVIER JIMÉNEZ

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Lleva pocas horas fuera de la prisión y no se hace a la idea. Lo ha pasado tan mal en el penal de Guayaquil (Ecuador) que la cárcel de Palma le parece «un colegio».

-Un millón de pesetas para mí y otro para la que por entonces era mi novia, María Antonia. Ella debía pagar una entrada para un piso del Ibavi y no tenía dinero. Y a mí esa cantidad me venía muy bien.
-¿Cuánto le ofrecieron para llevar droga de Ecuador a Palma?

-¿A qué se dedicaba antes?
-Era chapista en Palma y trapicheaba con hachís, a pequeña escala. La primera operación importante fue la de Guayaquil.

-¿Cómo fue el viaje a Ecuador?
-Salimos de Palma el 14 de diciembre de 2001, María Antonia y yo. No la secuestré para viajar, tal y como se dijo. Allí nos alojamos en un hotel. Quedé sorprendido de lo barata que estaba la cocaína, por un kilo me pedían sólo 250.000 pesetas. Debíamos cargar un kilo cada uno, pero me emocioné y compré algo más. En total 4.600 gramos.

-¿Les delataron?
-Qué va. Todo iba bien, pero yo no sabía que María Antonia se había metido unas cápsulas de droga en el cuerpo. Debíamos coger el avión hacia España el 19 de diciembre y el alijo estaba perfectamente camuflado en una maleta, que pasó el control. Yo también pasé y de repente vi que ella se acercaba a un perro y lo acariciaba... ¡Era un perro policía!, que se puso como loco y empezó a olisquear. Luego nos detuvieron a los dos y encontraron la droga.

-¿Les torturaron en comisaría?
-Estuvimos hasta el 31 de diciembre en los calabozos de la Policía Judicial. Nos trataron como a animales. A mí me colgaron por los brazos y me hicieron el 'submarino'. Te mojan el cuerpo y te aplican descargas eléctricas con unos cables. Día y noche. Quería morirme e intenté suicidarme, pero la cuerda se rompió y no pude ahorcarme.

-Y luego les mandaron a la Penitenciaría del Litoral
-Sí, y fue peor aún. Lo que he vivido allí es difícil de contar. Un español no lo puede entender, es otro mundo. Nada más entrar en una celda repugnante, con otros quince reclusos, se me echaron encima y me quitaron a golpes la ropa, porque era nueva. Luego empezaron las palizas, las agresiones. A María Antonia la llevaron a otro módulo, para mujeres.

-¿Podían verse?
-Los jueves teníamos un bis a bis, pero los dos estábamos medio muertos. Ella se lanzó de un segundo piso de la galería porque creía que no sobreviviría y yo intenté suicidarme por segunda vez, y volví a fallar. En mi módulo todo eran asesinos, violadores y sicarios. 500 en total. No había camas, ni luz. Estábamos a 30 grados y la comida y el agua eran para vomitar.

-¿Cómo sobrevivió?
-El primer medio año fue el peor de mi vida. Luego me puse las pilas, había que sobrevivir como fuera. Me llegaba dinero de Mallorca, enviado por mi familia, y pude contratar a cinco guardaespaldas. Allí todo el mundo va armado. Los míos llevaban machetes y revólveres del calibre 38. He llegado a ver granadas y metralletas. La vida no tiene precio en el penal de Guayaquil.

-¿Intentaron liquidarlo?
-A los pocos días de entrar me acuchillaron. Me cosieron otros presos y luego aprendí yo. También me dispararon. Estoy vivo de milagro.

-Y los funcionarios, ¿no intervenían?
-Todos son corruptos. Les pagaba para no salir al patio en el recuento diario y cobraban por cualquier cosa. El director también estaba compinchado. Aquello es otro mundo.

-¿Cuánto debía pagar un día normal?
-Comprar una celda digna me costó 500 dólares. 25 dólares diarios pagar a mis guardaespaldas, que los cambiaba cada varios meses porque acababan traicionándome. Por cinco dólares más me dejaban que entrara a una mujer en la celda. 40 dólares para dos fundas de cocaína base (mezclada con marihuana) y cinco más para comer y beber sin pillar ninguna enfermedad.

-¿Buscó la protección de alguna banda?
-Si no, no estaría aquí. Allí había dos bandas: la del Renacimiento y la de los Samaritanos. Yo estaba en la primera. Era mi seguro de vida. Vendía droga para ellos. En esa cárcel caben 1.500 presos y en realidad había el triple. Casi cada día había crímenes por ajustes de cuentas.

-¿Se investigaban?
-El marrón se lo comía el «colilla». Son presos que tienen condenas muy largas y que saben que nunca saldrán a la calle. Les pagan un dinero, les manchan de sangre y ellos dicen que son los asesinos. No se investiga más. Los guías (funcionarios) son los primeros interesados en que no se investigue mucho. Allí todo se compra con dinero. Todo.

-En junio de 2004 fue extraditado: ¿Cómo fue su último día en Guayaquil?
-Lo primero que hice fue pagar 50 dólares a un funcionario para que nadie supiera que me iba. Si no me mataban. Me vieron arreglado y me dijeron: «¿Adónde vas, español?», y yo me hice el loco. Dejé en la celda la tele, el machete, todas mis pertenencias... En fin, tenía que disimular para que creyeran que volvía. En la calle me esperaba la Interpol. Me metieron en un avión con otros presos españoles de cárceles sudamericanas y luego me llevaron a la prisión de Aranjuez. En noviembre llegué a la de Palma y ahora disfruto de mi primer permiso. Espero conseguir el tercer grado. Ya no consumo.

-La prisión de Palma debe de ser un hotel comparado con Guayaquil
-Más bien un colegio. Aquí somos personas.