Imagen de la víctima, ayer, postrada en su cama del hospital de Son Llàtzer. Foto: P.A.M.

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PEDRO AGUILÓ/EMILIO LÓPEZ
Tras permanecer durante tres días en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) de Son Llàtzer, Manuel V.B. ha querido contar cómo transcurrieron los hechos que el pasado viernes a punto estuvieron de costarle la vida.

Postrado en su cama del hospital, acompañado por su joven esposa y el bebé de ambos, Manuel V.B., de 32 años de edad, afirmó que, a diferencia de su agresor, él no pertenece «a ninguna etnia ni clan gitano» y que las puñaladas de las que fue víctima hace apenas una semana no obedecían a «ningún ajuste de cuentas». Aclarados estos puntos, el joven inició el relato de la agresión que de no haberse producido en los pasillos de un centro sanitario, posiblemente hoy no podría contar.

Sostiene Manuel, que tanto él como su agresor, que dice que se llama Miguel J.M., de 19 años de edad, tenían a sus respectivos hijos ingresados en la Unidad de Pediatría de Son Llàtzer. No obstante, en ese momento, ambos jóvenes no eran el uno para el otro unos completos desconocidos, ya que la madre de la mujer de Manuel y Miguel habían sido vecinos en el barrio de Es Molinar. Además, la cuñada de Manuel V.B. había mantenido una relación sentimental que acabó en peleas, golpes y amenazas de muerte entre ambas familias.

Pero volviendo a la jornada del viernes, el herido cuenta que antes de producirse el suceso su mujer se cruzó con Miguel J.M. y que éste la empujó. «Ella le pidió explicaciones y él le contestó que se cagaba en sus muertos y en los míos», cuenta la víctima. Conociendo el carácter del agresor, la esposa de Manuel pidió a una enfermera que llamase a la policía. Sin embargo, según el herido, la enfermera hizo caso omiso a la petición. «En esos momentos yo estaba fumando fuera del hospital y mi mujer salió a la ventana para avisarme del cariz que estaba tomando la situación», señala la víctima.

Sin embargo llegó tarde, ya que cuando la mujer se asomó por la ventana su marido ya estaba subiendo por las escaleras del hospital. Al llegar a la planta de Pediatría, un hombre de etnia gitana al que no conocía y que resultó ser el padre de Miguel J.M. se interpuso en su camino y le espetó: «¿Tú te llamas Manuel?». Y Manuel le contestó: «Sí».

Fatídica respuesta, puesto que acto seguido, cuenta Manuel, el hombre le cogió con una mano el cuello y con la otra la muñeca derecha mientras le decía «ven conmigo» y lo conducía hasta un rincón apartado. «A partir de aquí todo pasó muy rápido», apunta Manuel, quien añade que «mientras le decía al hombre que no me agarrara e intentaba zafarme de sus manos, él consiguió tener las mías aprisionadas y de repente sentí tres golpes que me quemaban la espalda». Confundido por la naturaleza de la agresión, la víctima se giró y vió a Miguel J.M. escondiéndose detrás de su padre portando un puñal de pesca submarina completamente ensangrentado y diciéndole a su progenitor: «papa, no se cae, ¿le meto otra?».

Mientras tanto, el padre del agresor propinaba un sinfín de manotazos en la cara de la víctima. «A cada respiración la sangre salía a chorros por las heridas», dice Manuel, quien finalmente añade que sus agresores huyeron del lugar dejándolo malherido y pidiendo ayuda.