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El tribunal de la Sección Segunda de la Audiencia de Palma juzga al ex apoderado de un vecino de Sóller, al que se acusa de haberse quedado con 40 millones de pesetas tras su muerte. Se trata de J.G.G., quien fue durante más de 30 años el hombre de confianza de Damián Mayol, un hombre con muchos medios económicos que murió en el mayo de 1996. Además del apoderado también se juzga a un director de un banco.

La acusación la ejerce el abogado Félix Pons (ex presidente del Congreso) que pide diez años de cárcel para cada uno de los acusados por falsedad y estafa. Pons representa a la viuda de Mayol. El fiscal no acusa, aunque podría cambiar de postura. El apoderado reconoce que él cobró estos 40 millones de pesetas y que después los ingresó en una cuenta a nombre de su hija. Intenta justificar que no hizo más que cumplir el deseo de su jefe, ya que mantiene que pretendía cambiar su testamento y dejarle toda su fortuna a él y a sus hijos, «porque éramos su auténtica familia». Sin embargo, pese a que este deseo fue ratificado por varios testigos, Mayol no lo dejó escrito.

La acusación mantiene que el apoderado falsificó este talón de 40 millones, que aparece con fechado un día antes de la muerte de Damián Mayol, pero fue cobrado después. También acusa al director del banco de haber facilitado esta operación al vender las acciones del vecino de Sóller porque no tenía fondos para hacer frente a este pago.

Sin embargo, además de estos 40 millones el apoderado mantiene que Damián Mayol, antes de su muerte, le entregó cuatro talones, por valor de 285 millones de pesetas. Según él, aunque no tenía dinero en metálico, estaba en negociaciones para vender una finca en Artá (que ha adquirido hace poco el Govern) y otra propiedad en Valldemossa. El apoderado ha exigido este dinero a la viuda de Damián Mayol y le ha instado una demanda, que ha sido rechazada. Los herederos sospechan que el acusado falsificó estos talones. La acusación mantiene que el deseo de Mayol no era vender sus bienes y darle el dinero a su hombre de confianza, sino dejarle el usufructo una vez que hubiera muerto su esposa.