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La tragedia que vive El Salvador por los terremotos sufridos en el último mes se agudiza por la falta de alimentos, agua, medicinas y frazadas para los miles de damnificados en la zona central, la más afectada por el del martes. En cada caserío, aldea o núcleo urbano es visible el hambre, la sed, el dolor, el pánico y el llanto de un pueblo al que pareciera que la naturaleza quiere arrancar de tajo su pequeño territorio, de 21.000 kilómetros cuadrados, en el que viven más de seis millones de personas.

Los terremotos de los pasados 13 de enero y 13 de febrero han agrietado tanto la tierra que muchos damnificados en los departamentos de La Paz, San Vicente y Cuscatlán consideran que «ya no puede ocurrir algo peor porque en El Salvador ya no queda un pedazo de suelo para tanta tragedia». Tampoco hay tierra para asentar a más de un millón de damnificados que perdieron sus casas, ni suficientes recursos para construir nuevas viviendas o reparar las que quedaron en pie después de los dos seísmos de 7'6 y 6'6 grados en la escala de Richter. En Cojutepeque, ciudad situada a unos 30 kilómetros al este de San Salvador, el último terremoto causó graves destrozos en viviendas, comercios, carreteras, hospitales, escuelas, sistemas de alcantarillado, suministros de agua potable, luz eléctrica y teléfono, entre otras infraestructuras.

La cifra global de fallecidos hasta ahora por el seísmo de esta semana es de 283, mientras que los damnificados suman 167.250. Uno de los municipios castigados con mayor dureza por el terremoto del pasado día 13, San Vicente, fue visitado ayer por la reina de España, que comprobó los devastadores efectos del seísmo que hace tres días dañó, cuando no destruyó, más del 60 por ciento de los edificios de San Vicente y causó la muerte a 75 personas. En su recorrido por los dramáticos escenarios que está visitando, Doña Sofía no limita su actuación a los cauces de una visita oficial, sino que trata de llevar su consuelo personal a muchas de las personas con las que conversó.