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Ayer se inició un período de tregua en el conflicto entre Israel y Hamás. Es una tregua deseada y aplaudida por todos pero sobre la que tengo numerosas dudas.

Una de ellas tiene que ver con los actores del proyecto del alto el fuego y quienes han participado en la negociación. En un escenario poco neutral, hizo de anfitrión el Gobierno catarí, encabezado por su primer ministro, Mohammed bin Abdulrahman al Thani, que actuó de portavoz del acuerdo alcanzado. Por parte de la delegación israelí, tres nombres: David Barnea, jefe del Mossad; Ronen Bar, jefe del servicio de Seguridad; y Nitzan Alon, jefe de información militar. Por Estados Unidos, estuvo presente de forma ocasional Steve Witkoff. Me faltan –nadie los conoce– los nombres de los representantes de Hamás. Sorprende que en una negociación tan importante no hayan trascendido los nombres de quiénes representaron a una de las partes implicadas. Como ha sido habitual, la información de este conflicto llega sesgada.

Otra cuestión que me interpela tiene que ver con uno de los acuerdos de la primera fase de la tregua: La liberación de 33 secuestrados a cambio de la excarcelación de cientos de palestinos que se encuentran en las cárceles israelíes. Para mi sorpresa, la elección de los liberados sigue los patrones más tradicionales de cualquier crisis: Primero las mujeres y los niños, luego los ancianos y enfermos. Y yo me pregunto, por qué primero las mujeres en un mundo en donde se reclama igualdad de género para cualquier ámbito de la vida. Por qué dejar a los hombres para el final. Aquello de las mujeres y niños primero, recuerda más a ideales caballerescos del Renacimiento, que a sociedades igualitarias del siglo XXI. No estaría de más pedir a los colectivos que defienden la igualdad de género que hagan lo propio con la situación que nos ocupa.