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Yo imagino que a las personas con mucho ego les resultará súper tentador eso de ser recordado para la posteridad. Incluso que tus contemporáneos te dediquen una calle para que tu nombre perdure en la mente colectiva de tu ciudad a lo largo de las décadas. Es comprensible que un alcalde intente dejar huellas notables, un legado de su período al frente del municipio. Parece que el empeño de Jaime Martínez es dejarnos algo importante envuelto en el edificio de Gesa, porque está gastando un dineral, a pesar de que todavía no tiene claro cuál es el regalo a la ciudadanía. Palma es una ciudad que no destaca precisamente por su escena cultural.

Hay cosas, claro que sí, pero ninguna especialmente notable y tampoco hordas de vecinos reclamando más cultura, arte o sabiduría a su alrededor. Bien al contrario, los únicos acontecimientos que reúnen a miles de personas son carreras -correr para no llegar a ninguna parte se ha puesto muy de moda-, concentraciones de motos, partidos de fútbol y festejos para niños porque sus padres no saben qué hacer con ellos cuando están en casa. Ni el teatro, ni el cine, ni la ópera, ni las conferencias, ya no digamos el arte o los museos, congregan a multitudes. Hay una excepción: los conciertos regetoneros.

Con este percal, no es fácil decidir qué hacer con el mamotreto de la primera línea de mar. La idea inicial de instalar allí un museo de arte contemporáneo choca con la realidad que exige enormes y constantes inversiones para dotarlo de una colección que valga la pena y que poca gente visitará. Ahora se habla de un almacén de arte -no merece ni comentario- y de la biblioteca central de Palma. ¿Seguro que leemos tanto como para llenar tamaño edificio de libros?