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Denigrados, insultados, ninguneados, apartados, menospreciados o, aún peor, encarcelados, apaleados, asesinados, quemados en la hoguera, dilapidados, torturados e incluso a uno muy famoso lo crucificaron. La historia de la humanidad está llena de reacciones barbáricas ante aquellos que propusieron un gran cambio, una invención revolucionaria, un giro copernicano. No obstante, reza un dicho que la verdad siempre sale, aunque frecuentemente tarde. La innovación ha movido el mundo. Y lo sigue haciendo. Aunque en unos lugares se lo ponen más fácil que en otros.
Aquellos visionarios que sean capaces de abrazar un cambio sin apalear al prójimo o, al menos cuestionarse la realidad, deberían ser los líderes para iluminar el camino de la humanidad. Sin embargo, los homo sapiens estamos diseñados para rechazar el cambio, al menos a bote pronto. En general, somos muy hábiles para encontrar debilidades ante cualquier cambio que se nos presenta en nuestra vida y somos algo más torpes para visualizar las fortalezas y el potencial del cambio propuesto.

Este es el terreno de juego que se encuentra la innovación cuando llega: un montón de adversarios y muy pocos adeptos. Nuestras facultades universitarias están a reventar y estamos ante la sociedad más ‘titulada’ de la historia (que no significa ni la más formada ni la más sabia), lo que supuestamente debería revertir en una mayor sensibilización hacia los planteamientos de la innovación. Pero nos encontramos que la realidad nos sigue superando: la apuesta por la innovación sigue siendo residual tanto en lo público como en lo privado.

España se encuentra un 11 % por debajo de la media de la Unión Europea en inversión en innovación. Y, según la Comisión Europea, Baleares se sigue encontrando en la parte baja comparada con el resto de comunidades autónomas. El futuro para Baleares no vislumbra tiempos de cambio penalizada por una economía básicamente de servicio. En el campo turístico, salvo excepciones como las que se encuentran en mi libro Turisme o no turisme?, el único adjetivo apropiado que se me ocurre para la situación de la innovación en Baleares es de «lamentable».

Sin embargo, no dejan de sorprender los resultados recogidos en el estudio de Homo Turisticus sobre la visión de los residentes de Mallorca. Más de un 90 % de los residentes en Mallorca apoya totalmente que se incremente el presupuesto de innovación en la administración pública, cuya importancia como palanca para el progreso de Mallorca debe ser fundamental.

Apostar por la innovación pública es un gran paso, pero la innovación no debe ser solo de la administración. De hecho, el tejido empresarial de las economías más avanzadas apuestan muy fuertemente por la innovación. Tener líderes empresariales con «neuronas innovadoras» es lo que valoran la mayoría de países occidentales. Para ello hay que generar una cultura de la innovación que impregne a la sociedad porque así también impregnará a los empresarios.

Y si los estímulos internos ya están alicaídos, no hablemos de los incentivos externos. En nuestros lares el apoyo de la administración al fomento empresarial está cada vez más deteriorado, incluso también nuestro sistema educativo no lo favorece, aunque un impresionante 92,23 % de los mallorquines aboga para que se ayude a las empresas a que reinviertan en innovación.

La realidad de la Administración y de las empresas ante bajos estímulos internos y nulo incentivo externo para dedicarse a la innovación es centrarse en sacar el día a día. Es un cortoplacismo práctico y lícito, pero nada estratégico. Una sociedad que apueste fuerte por la innovación será una sociedad con mayor garantía de futuro. Todo cambio requiere de una transición, porque la historia nos demuestra que los cambios radicales suelen acabar mal. Pero esa transición debe iniciarse, planificarse y gestionarse. Los mallorquines están hablando. ¿Hay alguien al otro lado que esté escuchando?