Comerse la cabeza
Que alguien o algo te coma la cabeza, pues bueno, qué le vamos a hacer, paciencia. ¡Pero comérsela uno mismo…! ¿Y por qué? Por naderías, por fruslerías de actualidad, porque sí. La gente, al menos la que conozco, se come muchísimo la cabeza por asuntos generales o abstractos sobre los que no tiene posibilidad de intervención, como por ejemplo la verdad y la mentira, el clima, el más allá, el futuro, el pasado, el yo (y el otro), el éxito y la fama, el y ahora qué hago… Se diría que eso de comerse la propia cabeza, habiendo tantos prójimos que se ocupan de hacerlo (políticos, curas, predicadores, expertos, publicistas, tuiteros, etc.) es cosa de tontos lloviendo sobre mojado. Pero no es así. Porque precisamente los más listos, intelectuales y tal, son los que más se comen la cabeza, antes o después de zamparse las de los demás. Es su ocupación favorita, su oficio a veces. Y no hay que confundir comerse la cabeza, coloquialmente comidas de coco, con reflexionar o cavilar, porque para cavilar hay que tener algo susceptible de ser cavilado, y no es el caso. Cómo vas a pensar con la cabeza comida. Los zombis no piensan, y comen muchas cabezas con fruición, aunque nunca de otro zombi (están caducadas, pasadas de fecha), y desde luego, también las mantis religiosas. Yo las prefiero a ellas, a las mantis, porque significaría que al menos he follado antes de que me decapiten, y nadie me está comiendo la cabeza gratis, sin mi consentimiento. Se nota que te la están comiendo porque el comedor de cocos utiliza ciertas palabras mágicas. La palabra verdad, la palabra derecho, la palabra avanzar. La verdad es un relato con dientes afilados. Y menudas comidas de cocos con eso del avance. Avancemos, avancemos, dicen mientras nos mastican la mollera. Pero lo peor, iba diciendo, es comerse la cabeza uno mismo, por cosas fuera de nuestro alcance. Que si el Gobierno, qué si el porvenir, que si quién soy yo, que si qué vergüenza. Me da igual que sea cosa de listos. A mí no me gusta comer cabezas, y menos la mía. Que es incomible, como todas las cosas ya comidas. Aun así, si es inevitable comer y ser comidos, pues eso, mala suerte. Ni loco pienso comerme la cabeza con ese asunto.
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