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Al pobre Pedro Sánchez se le podría aplicar aquello del circo donde crecen los enanos. Parece que todo le sale mal pero, al mismo tiempo, nació de pie y sale airoso de cada pirueta. Es digno de admiración. Por desgracia, en este país los ciudadanos estamos acostumbrados a despertarnos con un escándalo de corrupción casi cada mañana. Por eso el lamentable espectáculo de plañideras que ponen en escena ahora los peperos nos provoca una sonrisa tibia, a sabiendas de que, como dicen los ordinarios, ellos también tienen el culo sucio. Es cuestión de patria, aquí el que no roba (o coloca a sus amiguetes o hace ingeniería en las cloacas) es porque no puede. Lo tenemos más que asumido y, por eso, a la hora de votar se suele tener poco en cuenta. Hoy los socialistas celebran su fiesta grande, el Congreso Federal, a mayor gloria de su líder, aunque llega tocado. O tocadísimo si tenemos que hacer caso a la oposición. Desde la cúpula el mensaje que se quiere transmitir y que repiten como monos todos los presuntamente implicados es el mismo: hay tranquilidad porque todo es mentira. Y es posible, incluso probable, que así sea. El problema es que casi casi nos da igual. El país tiene problemas gordos, solo en Moncloa se conocen los pactos de sacrificio y cambios que nos exigen desde Bruselas para seguir recibiendo esas generosísimas dádivas con las que riegan nuestro territorio. Y el elevado precio a pagar. De cara a la galería todo son éxitos, triunfos y logros, las estadísticas (bien maquilladas) obran el milagro. Pero a pie de calle la sensación es otra. Hay inquietud, hay hartazgo, hay falta de oportunidades para toda una generación que no ha hecho otra cosa más que prepararse. Pero estos, en su teatrillo triunfal.