Por la mañana, en la oficina
No somos primas, ni siquiera parientes lejanas, aunque a veces, para gastar una broma, decimos que sí lo somos. Da igual. No la querría más si fuera cierto. La conocí un día lluvioso en su tienda de antigüedades. Yo había ido a entrevistarla para mi sección de Brisas, titulada ‘Escritores en su tinta’. Desde el principio me trató con mucha familiaridad. Es una gran conversadora. Me hacía reír contándome anécdotas de su infancia. De pequeña ya le encantaba leer, y se lo leía todo (desde los envoltorios de los caramelos a los prospectos de las medicinas). Además, lo que se le daba mejor ya por entonces era escribir. Las redacciones –que entonces se llamaban «composición»– eran lo que más le gustaba. La lengua ocupa todo su espacio, le fluye por dentro, como la sangre que va desde el cerebro hasta la planta de los pies. Antonina Canyelles es la lengua propiamente dicha. Este fue uno de los motivos por los que nos fuimos cogiendo confianza y seguimos viéndonos después de su jubilación.
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