Grandes inventos. El reloj
No soy demasiado aficionado a los relojes, ni de muñeca, ni de bolsillo, ni de péndulo; ni digitales ni mecánicos. Ni siquiera a los relojes rotos, esos que dan la hora exacta dos veces al día y además sirven para fijar el momento del crimen en algunos casos de asesinato con violencia. El detective lo mira entonces con cierto escepticismo, y murmura «Hum… Aquí hay algo que no encaja». Ya saben lo enigmáticos que son los detectives. No siento ninguna admiración por los relojes, y eso que como sordo no he oído nunca su angustioso tic-tac, y si soporto mejor los de campanario es porque suelen ser patrimonio artístico, y sobre todo, por su lejanía. Un reloj remoto resulta menos apremiante y enojoso que uno abrochado al cuerpo, aunque su efecto sea el mismo.
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