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Quien me conoce sabe que una de mis pasiones es intentar golpear la pelotita amarilla y conseguir que aterrice en el terreno del contrario sin que éste me la pueda devolver. Lo cual sucede pocas veces porque soy un tenista bastante mediocre y, además, cada vez juego menos. Por otro lado, en abril se disputó la final de la Copa del Rey, final que, como todos ustedes recuerdan, perdió el RCD Mallorca tras una tanda de penaltis. Un momento, don Alejandro. ¿Qué tienen en común estas dos afirmaciones? ¿Ya no sabe ni lo que escribe? No, ese punto aún no ha llegado, así que no se asuste, por favor, y siga leyendo que no le voy a hablar de mis hazañas tenísticas como jugador de club.

Vamos a intentar analizar la función social que ejerce el deporte aficionado en nuestra sociedad, ahí es nada. En primer lugar, su práctica suele suponer la creación de grupos sociales nuevos que van más allá del trabajo o del grupo de WhatsApp de las familias del colegio de nuestros hijos. Gracias al deporte se generan nuevas amistades, se socializa tras haberse medido en la pista y se celebran los resultados con una euforia a veces desmedida que suele incluir tanto a vencedores como a vencidos. Una buena muestra de este modelo se encuentra en un club de tenis de la isla en el que en ocasiones se celebra con más euforia de la que se juega, pero permítanme que no mencione el nombre, por aquello de la protección de datos.

La socialización a través del deporte se observa también en la calle, en los bares. Especular sobre futuros resultados, decidir alineaciones y comentar escándalos deportivos supone un vivo contacto social y ayuda a distraerse de los problemas cotidianos. Además, el sentimiento de pertenencia por ser seguidor de un equipo, como se volvió a demostrar con la final de la Copa del Rey y el Mallorca, permite disfrutar de nuevas experiencias. Aunque al respecto se debe hacer una puntualización importante. Este fenómeno se cumple casi exclusivamente con el idolatrado fútbol. Si su deporte preferido es la halterofilia, la esgrima o la gimnasia rítmica le aseguro que sus opciones de socializar a través de comentar resultados serán prácticamente nulas. Al menos en los bares de su barrio.

Y, por último, no debemos olvidar que el deporte, ya sea individual o en grupo, ayuda a educar a nuestras futuras generaciones. Su práctica regular permite entender a los churumbeles que en la vida no siempre se gana y que hay que aprender a asimilar las derrotas. Y no solo eso. También enseña a mi juicio dos lecciones vitales más: la primera es aceptar que siempre hay quien sabe más que tú o quien lo hace mejor. Y la segunda es que la suerte es un factor más en la vida con el que debemos, si queremos ser más o menos felices, aprender a convivir, y que, como es bien sabido, a veces sonríe más al adversario que a nosotros.

Para finalizar, una cita y otro consejo de los míos. Antes de la final de Wembley en 1992, que significó la primera Copa de Europa de la historia del Barça, Cruyff les dijo a sus jugadores: «Cuando salgáis al campo mirad la grada, que todo eso lo han hecho para vosotros. Así que salid al campo y disfrutad». Cruyff sabía algo de deporte. Así que sigan su filosofía, disfruten de practicar deporte y celebren todo lo que tengan que celebrar. Aunque sean derrotas.