TW
2

Dicen que ahora los sesenta son los nuevos cincuenta. Es decir, que la edad en la que te veías abriendo la puerta de la vejez ha avanzado una década y te sientes como si nada. Hay quienes discrepan, claro. Que las señoras sesentonas de hoy ya no se vistan de negro, con un pañuelo en la cabeza y calzado plano con medias de compresión no significa que su organismo haya rejuvenecido al mismo ritmo que su apariencia. Las abuelas aparentan ser más jóvenes, eso está claro, se visten, peinan y maquillan con aires modernos y en general cuidan su belleza y de su salud. La obligación de mantener una vida social a través de una carrera profesional también ayuda, porque impide que dejes de cuidarte, como hacían antes algunas viudas solitarias que se encerraban en casa y apenas salían más que para ir a misa. Los tiempos han cambiado, qué duda cabe, pero me pregunto si detrás de este tipo de afirmaciones no se esconden intereses ocultos. Conociendo la realidad, me temo que sí. Que nos digan y nos hagan creer -la mente colectiva es relativamente fácil de manipular- que a los sesenta somos sexies, modernas y juveniles quizá no tenga otro objetivo que mentalizarnos para tener que trabajar y ser productivas hasta los setenta o incluso más. Si te ves tan joven, enérgica y guapa, ¿por qué no? Pues porque debajo de las caras cremas que me hacen parecer más joven, del tinte que oculta mis canas, de las arrugas suavizadas mediante tratamientos estéticos y de la ropa de marca están mis articulaciones, mi corazón, mis arterias, mi esqueleto, que no han dejado de sostenerme durante sesenta años y están cansados. No nos cuenten cuentos. Y déjennos vivir lo que nos quede alejándonos un poco de la esclavitud.