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Nos pasamos el primer año del euro buscando la equivalencia de la nueva moneda con las pesetas. Íbamos a comprar -hay gente, cada vez menos, que todavía lo hace- y calculábamos el coste en pesetas. Los todo a cien pasaron a llamarse todo a un euro. Posiblemente fue el euro, la moneda común, lo que más nos ayudó a familiarizarnos con la idea europea. Hay hermosas palabras, hay hermosos conceptos -por ejemplo libertad y democracia- pero en ese caso, como en otros anteriores, la economía o el capitalismo fueron por delante. Mañana empieza la campaña electoral para las elecciones europeas del 9 de junio. Si hay que elegir más representantes de España en el Parlamento Europeo es por los cambios que se han producido desde las últimas. Por ejemplo, que el Reino Unido decidió marcharse. Ahora en los aeropuertos, siempre tan saturados, hay una cola más en las salidas, la de quienes viajan al Reino Unido, que ya no forma parte de la Unión Europea desde el Brexit. Visto desde la distancia, el Parlamento Europeo se ve como una gigantesca estructura política, una especie de castillo formado por hombres y mujeres de las que sólo oímos hablar cuando estamos en campaña, como esta que empezará mañana y que tiene un punto (así desde la distancia) aparentemente alejado de nuestro día a día. Los eurodiputados y las erurodiputadas se esfuerzan en mostrar que eso no es así cuando tienen que pedir el voto. Y tienen razón. También hay quienes cuentan que es posible que después de estas elecciones, si los partidos de la ultraderecha consiguen los resultados que auguran algunas encuestas, se rompa esa regla no escrita por la cual los bloques socialista y conservador se ponían de acuerdo. La europeas son este año un episodio más de un proceso electoral continuo. Pero llegan en el 200 aniversario de la Novena de Beethoven y es una buena noticia.