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Cuando creíamos que el debate lingüístico estaba superado, florece el baleà y adquiere rango real. La opinión es libre, pero a nivel académico y científico está consensuada la unidad de esta lengua romance, denominada catalán, que hasta se habla en Cerdeña, e integra diferentes dialectos o variantes dialectales. Ahí es donde podemos hablar de valenciano y mallorquín, sin pretender, por la misma razón, que el menorquín sea un idioma diferente al de la isla mayor. Lo mismo pasa con el español, que hablan más de 500 millones de personas, más allá de España.

El castellano de Madrid y el de Andalucía, por ejemplo, plantean evidentes diferencias fonéticas y léxicas, pero comparten la gramática propia de una lengua formal. No nos pasa por la cabeza que el andaluz y el español sean dos idiomas distintos, pese a que queramos y podamos diferenciarlos en la denominación. Una cosa es el habla y otra la lengua, igual que sucede con el español de países donde es su lengua oficial, como Argentina, Cuba o Chile, o donde no lo es pero crece o sigue enraizada, como Estados Unidos o Filipinas. Cada uno contribuye con su riqueza, la que la expresión y el uso aportan y convierten el lenguaje en algo vivo, en cultura, tradición y evolución.

Así pues, la Acadèmi de Sa Llengo Baléà podría defender la existencia de una extraña variable dialectal, pero no de otra lengua, y aun así, es importante que la gramática se cuide para no maltratar su herencia, manteniendo la pulcritud en las normas ortográficas y diferenciando la escritura de la oralidad. De otro modo convertiríamos en corrección gramatical los barbarismos que trasladamos a la expresión coloquial. Por eso nuestro salat no se traspasa a la redacción, salvo en topónimos, pero se mima en lo verbal para conservar nuestra cultura y diferenciación.

La responsabilidad de proteger el idioma es de todos, porque es patrimonio de la humanidad y lo adquirimos en préstamo. Y esa responsabilidad incluye corrección léxica, ortográfica y gramatical. En las discrepancias de nominaciones y categorías suele haber un trasfondo ideológico y de orgullo territorial. Por qué va a llamarse español si no soy de España. Por qué va a llamarse catalán si no soy de Cataluña. Pero el lenguaje debe ser, no sólo un instrumento de comunicación, sino también una herramienta de diálogo, lo que implica desterrar al máximo la polémica y centrarnos en cuidarlo con esmero para conservar nuestra cultura y nuestra historia. Es tan fácil como aplicar una mica de seny, esa maravillosa expresión nuestra cuya traducción al castellano se queda corta y sobrepasa la sensatez.