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Comentaré algunas curiosidades en el lenguaje de las elecciones catalanas. Por ejemplo, el desmentido al dicho de que la derecha española era una máquina de hacer independentistas. La cosecha conjunta del PP y Vox ha superado el 11 % de los votos (26 escaños). Otra ha sido el ‘cordón sanitario’ del independentismo a su propia rama ultraderechista (Alianza Catalana). El cordón fue soga al cuello, si hacemos números y calculamos lo que hubieran supuesto para Puigdemont incorporar al ‘legitimismo’ de su causa los 118.000 votos obtenidos por el partido liderado por la alcaldesa de Ripoll.

Por el lado de los socialistas de Illa ha pasado bastante inadvertido su distanciamiento de los ‘ministros del fango’ durante la campaña. Por allí solo pasó Jordi Hereu que es catalán y tuvo un perfil tan bajo como el del propio presidente Sánchez, que cedió los decibelios mitineros al expresidente Rodríguez Zapatero.

Otra curiosidad es el extraño desenlace de la carrera de sacos entre Aragonès el pragmático y Puigdemont el dogmático. Los números han empujado ligeramente al alza a Junts, pero hundieron a ERC, a pesar de haber controlado los resortes del poder los últimos tres años.

Los votantes más cafeteros en el apremio secesionista se vieron mejor representados en la candidatura de un huido de la Justicia que la de un gobernante legalista. Y de ahí la renuncia del segundo a seguir en primera línea de la política catalana, aunque su inmenso error, no fue tanto su fracaso en las urnas, sino haber recurrido irreflexivamente a ellas cuando los presupuestos de la Generalitat fueron rechazados.