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Debatir cosas, incluso debatirlo todo, es una de la señas de identidad de nuestra especie, y de ahí que el mayor avance tecnológico de las últimas décadas, que es el teléfono móvil, consista en abrir el debate a todo el mundo, multiplicarlo, replicarlo y extenderlo, de manera que si alguien pasa un rato sin debatir nada, enseguida nota que le falta el aire, no puede respirar. Se siente solo, aburrido, aislado. Hecho una piltrafa por falta de debate. No es cierto que existan acontecimientos, noticias, novedades, lo que hay son debates. Cada uno de los debatientes, que apoyados por dicha tecnología son legión, a su vez se debate internamente igual que entre la vida y la muerte, o entre el ser y la nada (del verbo debatirse, pronominal y reflexivo), lo que espesa el debate exterior hasta convertirlo en una especie de fideos con casquería, un légamo cenagoso. Y como una cosa lleva a la otra, un debate llevará a otro debate, y el debate inicial, muy especulativo, al posterior, más especulativo aún. Es un sinvivir. O un vivir para debatir y debatirse. Si algo no genera debate, desaparece en segundos como una partícula elemental. No es nada. Qué sería de nosotros sin esos debates, de los que siempre necesitamos más. Por pura competitividad. Normal que la palabra debate sea de las más utilizadas del idioma, sobre todo en prensa. La más mediática y repetida. «Esto no se ha debatido todavía». «Falta debate». «Ese debate no procede». «Primero debatir, luego vivir». «Hay que abrir ese debate». Lo de abrir debates, por cierto, es privativo de los grandes líderes; la gente corriente ni los abre ni los cierra, sólo va a remolque del oleaje. Del debate global, y debatiéndose en él como un besugo en la red. Resistiéndose, corrigiendo, pugnando con él. Se sabe quién manda en la cantidad de debates que desaloja. Podría ser que la frase tópica de que una cosa lleva a la otra, se refiriese a que un debate lleva a otro. A otra discusión, que sin embargo suele ser la misma. El debate infinito. En él, cualquier tontería es cuestión de vida o muerte. ¿Y ahora qué se debate? ¡Uff…! La totalidad. El debate en sí. Cualquiera sabe a qué otra cosa, ya muy debatida, nos puede llevar eso.