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Hay dos cuestiones que Pedro Sánchez ha dejado para el debate: la honestidad de la prensa y la independencia de la judicatura. Y es cierto, existen periodistas y jueces que hacen su trabajo de manera extraña. Por ejemplo, algunas noticias sobre Begoña Gómez son contradictorias, no permiten concretar si esta señora es una caradura o la víctima de una infamia. La prensa madrileña solía ofrecer datos coincidentes con opiniones divergentes, pero ahora no, se publican falsedades con apariencia de veracidad. Hay quien desinforma de manera deliberada, y es difícil identificar al mentiroso. Todo esto es un desastre para la credibilidad de la profesión periodística. La otra cuestión es la de los jueces. Por ejemplo: el pasado 6 de noviembre, el Consejo General del Poder Judicial contestó con dureza a Pedro Sánchez sobre la amnistía, pero entonces el debate se ceñía únicamente al ámbito político. Ningún proyecto de ley había entrado en el Congreso, técnicamente no había nada. ¿Será cierto que este organismo está podrido, que su presidente y los vocales son políticos vestidos de toga? Ignoro hasta qué punto la opinión de estos señores influye en las instancias judiciales, pero sé que su existencia desacredita a la judicatura. Algo hay que crece muy torcido cuando incluso Felipe VI concede un título real a s’Acadèmi de sa Llengo Baléà porque también los reparte entre los equipos de fútbol, dice. Su indiferencia por la ciencia y el conocimiento universitario me hace ver que incluso la jefatura del Estado pierde el norte. Es una deriva generalizada que se ha instalado en Madrid y que afecta al resto del país.