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Pensaba que lo sabía todo y el otro día me enteré de que la carbonara no lleva nata. Así. Sin más. En un programa de televisión de esos de cocina lo soltaron no sin antes alertar a tipos como yo que pensábamos todo lo contrario y que por lo tanto la información que ofrecían podría herir sensibilidades. Por cierto, que ha llegado un momento en el que me gusta más ver programas de cocina que comer, pero con estos desengaños igual me lo pensaré. Yo a la carbonara le metía medio litro de nata y era el tipo más feliz del mundo. Pero no era así. Falseaba la receta auténtica. Confirmé la teoría de la carbonara en una conversación con Valentina, la mujer de Angelo del restaurante L’Italiano, uno de los mejores italianos de Mallorca y que está aquí mismo, en la calle Juan Gris de Palma. Valentina me desveló la receta y además me dijo que la mejoró. Confirmé su tesis degustando su plato. Si hay un cielo más allá de esta tierra seguro que la carbonara y las pizzas son como las que hace Valentina. Llamé a mi mujer, Carmen, para contárselo. Resultó que ya lo sabía, lo de la carbonara y la nata. Llamé después a mi amigo Gallardo, al que apodamos Gallardinho porque dice que cuando se reencarne será en forma de futbolista brasileño del PSG. También lo sabía. Y eso que no es el más listo de todos. De hecho, compró su entrada para la final de Copa de esas de visibilidad reducida porque como él es miope pensaba que era un detalle hacia los que como él y como yo vemos la vida desenfocada. Pero el tío sabía que la carbonara se hace sin nata. Si he vivido algo más de medio siglo dando por sentado algo tan importante como esto, qué más teorías de la conspiración doy por seguras y resulta que son falsas. Me da miedo solo pensarlo. Creo que a partir de hoy no veré más programas de cocina.